lunes, 30 de noviembre de 2015

Me desfalleces

Amor, me desfalleces. Allá lejos, donde trinan los pájaros dormidos, se extiende un mar en calma, un mar que sólo se abandona al oleaje en los momentos en que el corazón deja de latir.
Allá tan lejos, cuando se nombran la huida y la derrota, cuando se abre la emboscada de las sombras, y no puedo tenerte entre mis brazos, no puedo sentir tu aliento, y de tu boca, las palabras, sólo el vacío, sólo la intensidad de no tenerte, sólo la bruma de la desolación en la mirada.
La mirada me devuelve tus motivos. Te marchaste a encontrar el unicornio y te encontraste con Medea, que asesinó a aquellos hijos que tuviste y que eran míos, a los que busqué nombre en el deseo, los que olvidé al parirte entre las sábanas de mi orgasmo, entre el rumor y la clemencia.
Amor, sueño con los árboles florecidos, con el agua redimida, con la lluvia que cae en un espejo, con las horas que vendrán cuando regreses, cuando vengas a buscarme entre las flores, entre la paja del henar, entre la viña y los racimos de la viña, cuando los dioses bendigan nuestros frutos y me des la última vela de tus constelaciones.

Qué largo

Amor, qué largo es el silencio. El silencio es como un túnel alargado y muy oscuro, sin coches y sin trenes, presa de un olvido atroz, y abandonado. Así, cuando las palabras callan, pervive la negrura del instante en que todo se reposa.
En esa inmensidad sombría, apagada la luz en sus inicios, sobrevive el amor como un murciélago a punto de nacer, y en esa sangre que consigue pasa las noches esperando que el día no renazca para no verse perturbado por la luz.
El amor tiene esa parte oscura. A veces sus caminos son inexplorados. A veces transcurre con brío y con dulzura pero se encrespa y se encabrita, cambia y revoluciona el agua calma y la convierte en puro torbellino, en ansia indomable y peligrosa.
El amor nos pide a veces que demos nuestra vida, nos pide la entrega y la distancia en esa entrega, nos pide hasta la carne más amada, y si somos capaces, si somos lo suficientemente poderosos entregaremos hasta la última prenda valiosa que guardamos en el armario donde el alma es algo más que una palabra.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Sucedí

Amor, sucedí en las aguas, cuando las lluvias me trajeron la inmovilidad del frío, cuando me visitaron las caléndulas tras el cristal de la ventana y me dieron todo el polen que las mariposas se habían olvidado.
Amor, sucedí a principios del invierno, cuando los brotes aún tienen que nacer, y surgió el alma y el fuego de ese alma enloqueció en las cordilleras, en esos tramos altos donde las gamuzas se enzarzaban en luchas con la nieve, que poblaba de blanco las praderas donde yo me sucedía.
Amor de estribadero, que acunas y acallas el silencio, me dirás si en el blanco de la calma puede aparecer el negro de una noche que disfruta con el canto de esas estrellas robadas a la eternidad, cuando el muro muere lentamente y la luna se silencia.
Amor de esparto que eres alba, río creciente de los días, aceleras el deseo y los recodos donde vive, donde se expone a la mirada de la luz, mientras los ojos crecen y la pupila se entreabre como si en lugar de agua corriese la lava en su camino.

Los desfiladeros

Amor, los desfiladeros son altos, y me vencen. No puedo subir hasta los cielos. No puedo llegar hasta la presa donde el agua se queda quieta y duerme.
Las nutrias bailan junto a mi, mientras te escribo. Las veo en su oscuridad lacerante, en su bulimia, y yo te escribo, no ceso de escribir, como si en las palabras el amor viniera con un santo y seña diferente, como si en tu esperma hubiese versos y yo me los comiera.
La misma muerte está cansada de rezar por los cadáveres, y yo, que rozo con los dedos tus ausencias, muero un poco más cuando me besas, cuando sueño que me besas.
Amor, si fueran tus labios los que me dan el camino de regreso, si envolvieses con tus uñas el fluir del mundo, yo sería una serpiente y mudaría mi piel en el otoño para darte mis escamas, la suavidad de mis escamas, la barbarie de una sangre que se derrama cuando la Tierra gira y vuelve a sus inicios, a esas tempestades incruentas porque se dan en su propio centro. Qué lava me darías, qué fuego me visitaría por las noches, empalideciendo la oscuridad más intensa, tañéndola de rojo.

Qué tristezas

Amor, qué tristezas recorriste. Allí donde las lágrimas, derramaste las alas de tu semen, aquéllas que lo hacían volar entre los árboles, las que acudían al llamado de tu voz, y pretendiste guardarlas junto a ti.
Se te rompieron y rotas me llegaron, quebradas en su incienso, perdidas en su perfume de varón, con las espuelas de un jamelgo que trotara sin parar, como Pegaso, en su misma victoria y en su mismo fracaso.
En la derrota duermes junto a mí y te deseo, como se desea el baile de los cisnes danzando hasta la muerte.
Mi fruta, mi kiwi delicioso, el palo santo maduro en rama alta, te viertes en mis ingles mientras te fustigas en el tiempo, te alzas contra el tiempo y me llevas en ese trotar salvaje.
Las moras silvestres se me derraman en la boca como se derrama el silencio.
Amor, que me incitas a dormir entre tu pecho, dime si encuentras la coraza allí donde las ingles se encontraban con el hambre.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Qué ternuras me perdí

Amor, qué ternuras me perdí. Fui peregrina. Llegué hasta donde estabas, hasta el núcleo mismo de tu huida, allí donde caíste y levantaste la espada más enorme.
Entre los juncos residías. Entre los arrabales decidiste ir junto a ese río que transmite el tiempo, y pasar allí las horas mirando las piedras que el agua transportaba al estuario.
Miré también las piedras. Las miré, sus opalescencias, sus migajas, sus extensiones de arena y del lodo en que la tierra convertía la nieve más pura de las cimas.
Arbusto que rodeas la vicuña, y que en tus llamas gimes el desierto árido del Nombre, que liberas en sus ramas las vocaciones de los pájaros, los pájaros que anidan en esas ramas en llamas de la desesperación.
Amor, te hallé desnudo. Tu cuerpo era como un ramo de violetas entregadas al suspiro de Dios, y entre las flores la hierba crecía poderosa, agua verde cubriendo las alas de los ángeles que vinieron hasta ti para encontrarme.

En esta luz

Amor, en esta luz me sobrepasas. Cuando me iluminas persigo las estrellas. Cuando te enciendes busco los fulgores. Cuando me quemas ardo en las brasas que me anidan y anochecen.
En ti, soy luna y llego hasta los cielos. En ti soy bucanera de las imposibilidades, de las calaveras que enarbolo, de los esqueletos que entierras bajo el mar con tus zapatos.
Amor que acompañas las velas que anuncian el deseo, que son deseo librado al viento que estremece sus colores, dime si en esas telas se resume todo aquello que te di y que ya es tuyo, como mías son tus oraciones.
Amor, cómo me transitas. Recoges la madrugada, y me das un ramo negro, magnolias oscuras para eternizar el alma desprovista de lo blanco.
Así, desposeída, me cubres con el agua que sobró, la que los árboles no bebieron, y que se quedó en los abrevaderos con los pájaros que dejaron de volar para imbuirse de la hermosura que se desprendía de tus ojos.

Cómo el norte

Amor, veo cómo el norte se abalanza. Al lado de la oscuridad se cierne el cielo, en sus lenguas de costumbre, en su tiritar vacío.
Amor, qué hay en ese cielo que me llama, que me dice, que me lleva a los presagios, que me incita a buscarte en el fondo de tus ojos, allí donde sé que soy más que ninguna.
Amor, en las edades cenicientas encontré un pulso que me llevaba a declinar, que me traía en las emboscadas más terribles, y encendida lidiaba con las horas en un sacrificio absurdo.
Me das el cielo, el que se ve surgir por las mañanas entre la tenebrosidad, perdidas las alas oscuras. En ese cielo construyo el espejismo de tu amor. Construyo el misterio de tu amor, su espectro firme de blancura, su idiosincrasia de niño amante entre las ubres del amanecer.
Deshabito el cielo cuando vienes, cuando entre los caballos del alba te deslizas con un beso en los labios, cuando tu boca me dice que los ángeles me viven la mirada, y en las nubes sedientas se ampara mi corazón.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Mueres

Amor que mueres y renaces, amor que eres la ceniza del fuego y la brasa que ardió, que el aire se lleva hasta el mar y que te conviertes en espuma.
Amor que eres sal, sol, mi eterno soliloquio, que en el río derramas tu fuerza y lo conviertes en riada, en manantial que baja por las rocas y se lleva las piedras más enormes, que le dan un roce de tierra y de borrasca en esa tierra que se extiende hasta llegar a los afluentes.
Amor que lloras como un niño en mi regazo, que me abandonas para ir a ver las gaviotas más allá donde los mares pierden su nombre en la línea en la que flotan, donde el horizonte ya no existe y es una frontera que se acaba, en este idilio de luces y de lágrimas.
Un caballo relinchó en el límite donde el cielo se termina. Le relinchó a la luna su tristeza, el estar apartado de su yegua, condenado a ser el semental del rico, inseminando hijos, potros tristes.
Un lobo le gritó a su loba, y la loba respondió en su pelo, en su boca llena de caninos, en los dientes lobunos que le dan el beso.

Me extravié

Amor, me extravié. Te busqué por si yacías entre la sombra de las noches, por si los papagayos te habían visto caminar entre sus alas, por si hablabas con las nubes y pedías el sobreseimiento de la oscuridad.
Te busqué en mi pecho por si allí habías caído, te busqué en mis ingles por si estabas, y no te encontré hasta llegar a las estrellas. Allí, en una pequeñita habitaste un pozo oscuro y no se te veía desde el suelo.
Quisiste esa estrella más que a mí. Yo no te daba la luz que ella te daba, yo no tenía entre mis piernas un pozo tan enorme, no había en mí ninguna oscuridad donde reposar de tu destino.
Amor, me convertí en astro una noche que suspiraba por tenerte. Le pedí al ángel que me diera la luminosidad de Venus, de las Pléyades, y que también me concediera la distancia de una Andrómeda para llegar hasta tu cuerpo, hasta tu alma sombría y desgastada, y se me dio, y a cambio yo di mi vida en esta tierra que a veces lloro en este espacio en que puedo amarte siendo el fulgor que anida entre tus ojos.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Qué espacios prometí

Amor, qué espacios prometí, qué distancia se me impuso como ley, qué aullidos escuché desde la cama: los de los míseros, los que no saben entrever en las sombras la belleza.
En el camino divisé el mundo: era amplio, y se extendía y era mar, y se elevaba y descendía por los valles, y allá lejos el océano rugía como rugen los árboles en invierno, y en los árboles el bosque oscurecía ese sol que vela por nosotros.
Amor, que vives oscuro, que te ocultas y te callas, que sabes a esperanza, a eterna alegría, a la felicidad más arrogante, dime si en mis palabras se ocultan los temores, los miedos vacuos, los deseos más irreprimibles, la sed que todo lo devora.
Amor de estaño, plata y bronce, conoces mis garfios, mis dientes tristes, mis uñas afiladas, la sangre de las uñas afiladas, el sueño que derrite las imágenes, los nombres escondidos.
Amor de lugares vacíos, de sombríos lares, amor umbrío que das luz en los alrededores de los páramos donde la nada es vencida en la palabra.

Poema de Alberto Davila Vázquez

Toqué el clítoris de la piedra con un
ligero movimiento circular del alma.
Así fue como aprendí a engastar la
amenaza de las cosas.
Así fue como supe que era huérfano de las
ingles del paisaje.
Solo tenía que dar de comer al gato y
tender la colada.
Dos días, un fin de semana que tuvo el
sabor de un científico en un paisaje desierto.
Averigüé de que manera se agazapaba la
luz mientras sostenía tus bragas de
encaje negro en el archipiélago del tiempo;
cómo la voz de la ausencia percutía en el
deseo de la obscenidad, en los
testimonios adúlteros de los muebles, en el
pulso paranoico de la voluntad.
Hice un pequeño fuego en la chimenea
cuando la urgencia de la espina dorsal
precipitó el misterio del grito sobre la cama.
La báscula de tu llama estaba por todas partes.
Era una novedad para la conciencia
abandonarse al profundo olor de tu nombre.

Los besos

Amor, los besos que te di se me anochecen. Se me ponen en la espalda. Me bajan por los nervios, suavemente, como la piel dulce del armiño que lleva en su corazón el beso de la luna.
Amor, llevo tus labios en mis pechos, en mis ingles desnudas, en la nieve que me diste y que es más mía que mi pelo, que mis uñas, que las secreciones de mi cuerpo.
Cómo anduviste tras mis pasos cuando se desvanecía el sol, y los camellos bebían en sus jorobas cansadas, mientras yo bebía el agua que en tus manos me ofrecías.
Amor, llevo en el coño tu perfume, en las disoluciones queda tu aroma sobre todo, y es ese olor el que me enciende, el que tirita entre la carne, y es anónimo entre los nombres.
Amor, me preñaste de oasis, de palmeras y de dátiles, de aguas profundas en que la hondura se ocultaba, de arenas relucientes y sombrías, y los relojes iban acumulando un tiempo que no se sucedía, que a sí mismo no se traspasaba y que era eterno, y en ese tiempo imaginario me follabas como nunca me follaste.

lunes, 23 de noviembre de 2015

En esta extensión helada

Amor, en esta extensión helada que se abre, en este páramo sombrío donde la oscuridad todo lo vence, tiritan las luces de las velas, las que encendí a las puertas de tu nombre, las que vi por la ventana cuando abrí las luces a la luna.
Amor, me llené de brea. La repartí poco a poco por mi cuerpo maquillándome, y me llené de su aroma, marítimo y más puro que el aroma de las rosas. Te lo ofrecí como quien entrega un espejismo, un reflejo de océano o un misterio atrapado en el cristal.
Te di mi sangre, la que lleva en su curso los pétalos de ayer, los que murieron asustados por los besos, los que se te secaron en los labios.
Amor, se me cuartea la piel, se me enloquece. Se me pinta de amarillo, de fulgor de hojarasca y de desuello, de mar que desespera por llegar hasta la orilla.
Te entregué las gemas, las piedras más valiosas, y fui hiedra que se consumió a si misma en el fuego devastado de un deseo que convirtió la carne en la derrota.

Te vi en mis sueños

Amor, te vi en mis sueños. Viniste y estabas junto a mí. Me adormecía. En tus labios se separaban esas horas que transcurrían más despacio y me abrazabas. Como una niña recogía mi cuerpo junto al tuyo y te besaba, y no quería nada más.
Desperté y me vi sola en nuestro lecho. La cama vacía recordaba que te fuiste sin mirarme, que no me prometiste y que te espero en contra de todos los presagios, que me dicen que no volveré a verme en tu mirada.
Amor, ¿es cierto que desesperaré de esperar en esta espera que mantiene la esperanza? ¿Qué tus ojos no me dirán que soy hermosa? ¿Qué en tus labios se sentará el olvido y mi cuerpo perderá tus huellas?
En mis manos tengo el poder de crear manantiales. Con las piedras que me diste surge el agua de esa tierra devastada. Humedecida por la sal salgo a tu encuentro. Volverás, y en tu regreso te pediré mis amapolas, las que te di junto a la escarcha para que no se marchitasen.

Los lobeznos

Amor, con esta lluvia se callan los lobeznos. Los cogí de la gruta cuando la loba murió y los amamanté entre mis pechos, desde esta carne que parece impía a los ojos de los hombres.
Amor, eran pequeños y peludos, y su dulzura era de milenios de cuevas y de asaltos a las cuevas.
Como un lobo, te acuestas a mi espalda. Como un lobo, me maldices, como si yo fuese un depredador que quisiera robarte el deseo y apropiármelo.
Amor, esos lobitos me crecen en las piernas, se me derraman como pétalos de luna, se me encienden como tempestades borrascosas que se olvidan de transitar en los anhelos.
Amor, quiero alimentar a toda mi manada, mientras yo me alimento de ti, de tus ingles y tus ojos con tus lágrimas.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Transcrurro entre tus labios

Amor, transcurro entre tus labios, entre la transparencia. ¿Qué ocurre cuando las nubes están bajas? ¿Quién las ordeña, quién las señala, quién las magnifica?
Preñadas están de ti, de la guía monocorde del silencio, de la atalaya donde miro por las noches y veo cómo se comen la blancura.
Amor, qué significan las estrellas que me laten en el pecho, qué alrededores me consienten reflejar las huellas que dejé en los exilios más recónditos, en los bulevares encerrados en domingo, cuando las aves se posan en el frío y pueden mirar los ojos ciegos de los ángeles.
Amor de amores, que le rezas a la sed y al quebranto de la sed, a la homilía y a la nada, dime si en tus palabras puedo comprender el fuego que se inscribe con la voz.
Amor, me llevas a esa quijada en que los huesos se rompieron, junto a la piel en que se enarboló la hierba, y en tus labios vi crecer las hojas, y en tus ojos, como si en tu mirada pudiera ver los árboles encarnados en noviembre.

Qué fuerzas...

Amor, qué fuerzas me diste, qué potencia hay en mí que se mantiene al filo de la noche, cómo se engarzan los ecos que subsisten cuando la aurora reza por nosotros.
Amor, qué maravillas nos trae la mañana, cuando yace el sueño en nuestro lecho y el sol nos inunda de zapatos.
Amor, hay una arcilla que se nos pega entre las uñas, un idioma que se inventa nuestras sábanas, un delirio de día que invade los espectros.
Qué tentaciones me suceden a tu lado, como si quisieses que me elevase junto a ti en las praderas de azucenas.
Qué ternura me enseñaste con tus ojos de miel, y asustadizos, con la mecha encendida de un pajar que nos vio entrar en las estancias.
Amor, dime si en los pechos guardo un espejismo para ti, para ponértelo en la boca y que ese beso que me das sea el beso donde la memoria se aposenta y ama.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Planeaste

Amor, planeaste en la cumbre atardecida, cuando las águilas volvían a su casa y marchitaban el suelo por la noche en ese cielo oscurecido. Las aguas se bebían el caudal anunciado de tu sangre, su perdón y su caricia.
Amor, en esa oscuridad postrera en que la lluvia se aparece, renacen las tinieblas de este día próximo a la unción, cuando las gaviotas comprendan la palabra y la carne ruegue por nosotros.
Amor, congregué a los tulipanes. Les dije que te amaba, que en ti se cumplían las promesas, que en tu cuerpo revivía el beso oscuro de las flores, y que en el nido donde los árboles suben más arriba habitaban las secuoyas.
Amor, me entristecí cuando me dijiste que te ibas, que regresabas allí donde tu madre puso el sello donde la muerte perseguía al cementerio.
Allí debías ir y volverte hueso, lejos de mí, y anochecido, amigo de la sombra. Y yo con la amapola de la sombra te seguí, y llegué a ver el camino que dejaste, donde cayeron las estrellas.

Salir

Amor, he conseguido salir de las murallas. He dejado atrás las piedras, y me he dormido allí donde la noche no entraba todavía, allí donde los pájaros se habían caído de su nido, y llameaban las antorchas.
En los alrededores de la muerte hay una senda que conduce al vértigo. En ella viven las anémonas, en sus lagos precisos y sus aguas mortecinas. Allí me bañé, con las libélulas en la piel y con la espuma jabonosa concebí un cisne blanco que se bañaba en el esperma.
Amor, esculpí con cera el nombre de tu espejo que estaba dibujado hacia el oriente, y pude ver cómo el sol salía entre los tramos amarillos y escarlatas de una pasión ingobernable.
Había trece escalones tras el sueño. Todos los subí, hasta llegar a los desvanes dónde guardas la dulzura, y la comí, la devoré, no dejé ni una suela huella tras el cielo.
Amor, sé que te llevaste mis zapatos y borraste el rastro del gemido, el que lloraba preso y decadente, al filo del no ser, y de la mentira.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Un cielo

Amor, hay un cielo azul que se desploma, que hierve con los pájaros. Es un cielo rural de las palomas, que sobrevuelan las calles donde hallan sus picos y sus ojos.
Allí donde te miro, miro un deslizarse las secuoyas desde lo alto de sus hojas hasta el suelo, donde se mitigan sus colores.
Amor, en esta noche cruda donde las estrellas han dejado de latir, se sobreentiende el Nombre que da origen a las cosas, se entrevé en la tiniebla unos inicios de una vorágine oscura, que nos envuelve en sus alas ardientes.
Me lavo en la negrura de las rosas, y en su limbo, que tiene el negro del infierno, me coloco una coraza hecha de los graznidos de los cuervos para que la muerte encuentre mi sonrisa, con los labios humedecidos para el beso.
Amor, que en las luces nocturnas me descubres, me quitas ese velo que trasciende todas las palabras, y me ves la sangre que circula entre los pechos.

martes, 17 de noviembre de 2015

Por las mañanas

Por las mañanas aparece siempre el sol. ¿Y si un día no volviera? ¿Y si se quedase envuelto en esas telas que lo cubren por la noche, entre las sábanas oscuras y las mantas coloradas de la luna?
¿Y si se escondiese de nosotros, si se cubriera con las hiedras que oscurecen las estrellas?
Amor, no te me escondas, no te repliegues a los valles donde nunca nadie fue, de dónde nunca nadie ha regresado.
Dime si en mis labios puedes encontrar el camino que derrapa hacia los cielos, el sendero único donde sólo se pasea en una dirección, la escalera que sube sin cesar hacia los desvanes de los ángeles.
En el sótano guardo un espejismo. Es de miel, como los lunares que te cubren, ese mar de lunares que en voz baja susurra una oración y a sí mismos se suplican.
Amor, que testimonias el desierto adonde fuiste, que te viste con la zarza y con la luz en que esa zarza decrecía, dime si en la arena construiste un templo con mi ofrenda.

En este nombre

Amor, en este nombre me nacen las crisálidas. Me nacen pequeñitas por la noche cuando sueñas con los pájaros, cuando sueñas con sus alas, y en esas alas ves las mariposas.
Amor, que dejas atrás los puentes inexactos que cruzan por los ríos, por las travesías de los ríos, por el lecho rocoso donde el agua se te olvida, el agua que recojo por los dos, el que te guardo en el cesto donde las gotas se acumulan.
Quiero nadar por los afluentes de tu cuerpo, por las avenidas de tu carne, cruzar por los peldaños de tus piernas y besarte el cuello blanco, de niño rubio y melodioso.
Amor, qué invasiones me preparas a la vuelta, qué guerras me traerás con tu regreso en esos ojos que me quieren ver desnuda.
Amor, siembro miradas. Las dejo caer como semillas, y las riego con las lágrimas. Estarán ahí en la primavera, cuando el sol renazca poco a poco en su desvelo, cuando las flores empiecen tras su ocaso a revelarse como puntitos de la tierra.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Desierto

Amor, qué desierto enorme la distancia. Qué sal se vuelca en el mismo suelo del que nace, e imposibilita el crecimiento de las flores. El peregrino camina por las sendas que ha dejado la ceniza y en ellas se desfoga.
Amor, en esta arena que me nace, en esta piel que se desuella, hay una redención obnubilada. Es la sangre que bifurca los caminos, que lleva hasta la encrucijada donde el corazón voló dos veces, donde el cuerpo se une con la savia, donde el amanecer llega retrasado entre las cáscaras que ocultan las membranas.
Amor, qué nardos se abren cuando pasas, qué rosas me tienes destinadas, qué deseo me fluye en la piel y me carcome como si me dejases en un sarcófago y allí me desvelase.
Amor, en qué pie te posas que te has ido a ver cómo las estrellas relucían, y a tu paso las magnolias han blanqueado los sepulcros. Entre lianas, versículos´y salmos te posas arrancando a todas las esposas.

Qué dulcemente

Amor, qué dulcemente cabes en mis manos, cómo tus besos me llegan a la boca, como si me mordieras un poquito con los labios y con los dientes me firmaras en la carne.
Yo te firmo con palabras, todas mis palabras, las miles y miles de palabras que te he escrito, las que crean la tormenta, el vendaval que me entra en la ventana, los cristales que tiemblan y los postigos que se abren.
Amor, hay un camino que desciende hasta las cuevas. Allí nos ocultamos de la noche. Allí la luna no puede vernos, y nos llega la luz de las estrellas.
Amor, cincelé una piedra. Le puse tus ojos para que no me faltase nunca tu mirada, para que pudieses verme desde donde quiera que estuvieses, y en tus ojos ser el sol que esconde esa madrugada que tiene en sí la primavera.
Desde qué azules más hermosos me llamaste, y le pedí a Artemisa un disfraz de ciervo. Le pedí también que los perros no me devorasen y que me dejara ver tu desnudez en el destierro.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Te di

Amor, te di un ramo de brillantes para que te los pusieras en el pelo, para que te los pusieras en los labios, para que me dieras los besos que guardaste para mí, los besos que eran míos y esperaban mis labios para dármelos.
Amor, en el océano los perdiste y en el agua no los encontraste, y yo los esperaba. Me diste un ramo de amapolas para que las pusiera entre los pechos, para que me las pusiera entre las ingles y que allí se derramaran los besos de las flores, y yo los deseaba de tu boca.
Como no los podías encontrar me diste el océano, para que el agua me besara, para que me diera entre las olas los ramos de amapolas y los besos, y sumida en el horizonte que hay más allá de la mirada te buscase entre las ninfas y las hadas.
Entre las ninfas y las hadas hay un hombre con brillantes en el pelo, con escamas de serpiente entre las piernas, con un falo que adoro y que es más mío que la existencia de los duendes, y al que entrego el amor que me nace de las vísceras con el ansia de su esperma.

En el sueño

En el sueño, Amor, he olvidado cómo son los destellos de las rosas, cómo caen las nubes del verano. En qué guarida dejé tu cabellera, qué tesoro escondí de tu mirada.
En el otoño, Amor, en el otoño, el sol estalla en amarillo, y amamanta con su fuego las estrellas invisibles. Y la luna, que se preña con su semen, sigue blanca y fría con los sabores de la nieve.
Amor, noviembre es como un sueño que se olvida entre los estertores nocturnos y arrabales plantados con farolas, con esguinces de luz y girasoles en sazón y enamorados.
A las vueltas nace la blancura que se escapa desde el cielo. Es como un imán que se adormece allá en lo alto y que devuelve la palidez de la mañana tras el rojo de la aurora.
Y el rojo de la aurora es escarlata, el escarlata de las letras del amor, el que nace entre las rendijas de la luz que se cuela sin piedad alguna por nosotros los durmientes.
Y durmiendo nos encuentra la desnudez, y el olor de esa desnudez es como un cebo que despierta la crisálida de donde nacerán las flores más blancas que habitarán en nuestro cuerpo.

¿Qué hay...?

Amor, ¿qué hay en la estrella que se muere? La vela la ilumina como se ilumina el mar, con el reflejo de las aguas en el cielo.
Amor, qué azul perdí en los bolsillos, y se desarraigó de la tierra donde a sí se poseía, y volviéndose a arraigar creció en el suelo, y fue a parar a un sembradío donde crecieron flores más azules que tus ojos, flores más rojas que tus labios, y mañanas amarillas como el pelaje de ese sol que lucha por nosotros.
Amor, qué luces aparecen en los márgenes, como si estando fuera fuesen más bellas, más claras y más blancas que las lágrimas.
Alrededor del camino que elegiste hay una elegía: un canto fúnebre por aquellos que se fueron y nunca regresaron, los que se pusieron a andar a ciegas y olvidaron su propio nombre en las esquelas. Recuerda cómo me follabas, recuerda que en tu semen están escritos los pétalos y los besos de los pétalos que te di en las afueras.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Nadé

Amor, nadé contracorriente por los riachuelos del ansia. Eran pequeños en su inicio pero al unirse formaron el Amazonas del deseo. Me perdí en esas aguas que agostaron mi cuerpo, que humedecieron el alma y me llevaron hasta tus labios que se habían escondido.
Siempre estuviste y yo no lo sabía. Te habías ido sin irte realmente, oculto entre el follaje, entre las ramas de un bosque oscuro e ignorado.
Entre los árboles vi un templo ignoto. Un templo que los pájaros construyeron con su pico y con sus alas, donde los ángeles estaban esculpidos con las piedrecillas que habían recogido y así el suelo se encarnaba en el mismo cielo que veía desde abajo.
Amor, te encontré sin guía y cuando el bosque se convirtió en desierto supe que la arena que pisaba era la tuya, y cuando las dunas te cubrían supe que en su interior había una casa hecha de oasis y de palmera del oasis donde estabas, y cuando salí al mar te vi a ti, en una barca, caminando por encima, como el Cristo, y allí la sangre te dijo que te amaba.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Hay un punto

Amor, hay un punto que vence en la penumbra. Es de algas y de mundo subterráneo. Vierte la sal y la conserva entre los adalides, entre las cruces que se levantan frente al sol.
Amor, dime si me amas con un amor suicida, dime si mi corazón te llena por las noches de alas y de vuelos de murciélagos, dime si en la negrura puedes habitar tus nidos escarlatas.
Amor, hay un agujero en medio de la sombra. Es todavía más oscuro, y en él podemos ver en toda su pureza a la tiniebla, ese negro prístino que se envuelve en la soledad más abstracta del mundo.
Amor de centros húmedos, amor de madrugadas, vienes, me llenas de brocales, y toda yo soy un brocal en que tus labios vienen a beber.
Este agua oscura que me nace entre las ingles, este bordado que llevo entre los pechos, tienen la marca del insomnio.
En las grutas más hondas, en las cavernas más profundas, late la oscuridad, y se encarna en mí, en mis menstruaciones, esa sangre que es mi ofrenda y mi tributo a la esclavitud de un deseo que es eterno y monstruoso.

La ternura

Amor, hay una ternura que es más tierna, más suave, más dulce, más afrodisíaca, más terrena que los matorrales que respiran a mis pies, más rosada que los últimos brotes de las rosas.
¿Qué voy a hacer con mi ternura? Su valor es inestimable. Nadie podría darme nada a cambio. Ni todo el cielo más las nubes y la lluvia, ni todos los ángeles sentados a mis pies podrían darme algo que pudiera parecérsele.
Mi ternura es como un saco de patatas; como un saco lleno de almendras y de nueces; como un kilo de chocolate negro, más amargo que un kilo de tristeza.
Mi ternura es árida, y su caudal resurge entre los pinos. Hay abetos donde llega y los pinta de blanco, como si fuera nieve, porque es fría, ya que no puede calentarse entre tus labios.
Amor, qué posturas más extrañas coge la ternura: parece un niño jugando con un árbol, subiendo por el tronco, fornido y anhelante, jugando con su savia, con la resina de su savia, como si la ternura estuviera en la sangre y allí se fermentara.

El sol de noviembre

Amor, el sol de noviembre se va yendo. Se asoma todavía con los árboles y va perdiendo su firmeza. En el suelo se acumula la hojarasca y las hojas amarillas tiñen la tierra con sus ramas.
Yo también soy amarilla, y amarillo es el cielo en el que sueñan mis corazones con tu cuerpo prendido de las nubes.
Amanece pálido, y la piel es como un trozo de ese cielo que se convirtió en serpiente. La serpiente lo sedujo y lo declaró santo en el infierno.
Amor, que te pintas de negro como un clavo, que me das la cruz y yo la quiero, y me clavas, me sufres, me suturas, me das las llamas que quedan en las velas, sus mechas pequeñitas, para que te pueda iluminar junto a mis ojos.
Amor, qué fuegos me rodean, con qué hogueras me pretenden. Yo, que te amo entre las devoraciones, por encima de las cordilleras, en medio de los archipiélagos, respiro el mar en cada rotación que da la luna y como la hierba de tu semen.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Estás

Amor, estás dentro de las rosas, dentro de los besos. Vives en mi alma, allí resides, con pájaros de luz y con palabras que intentan mostrar al mundo este corazón que late por los siglos, en un tiempo de cristal que no refleja la hondura de los ojos.
Amor, en este lado del cristal miro cómo la noche se ha cernido contra mí. En esa oscuridad te puedo ver, reverdezco por las noches, y como un murciélago blanco extiendo mis alas frente al sol que ya se ha ido.
Abro las tumbas, los sarcófagos, entro en los interiores de las cárceles, elevo mis plegarias y veo cómo vienes, cómo extiendes tus mares junto a mí, y luego me abandonas.
Como en un precipicio salto para llegar al punto de inflexión donde las olas se vuelven horizonte y desde allí el cielo parece más lejano que en la orilla de la playa.
Amor, que todo das, y a quién todo doy, dime si en la premura de este deseo hay un corsario dispuesto a asaltar las naves blancas para poner en el mástil su bandera.

Entre los presagios

Amor, entre los presagios encontré una ventana que escondía la luz. Se la quedaba para dársela a los montes que nacían en tus brazos, y en la boca te besaba, con la fuerza de una cascabel, y su veneno era tan potente como el fuego que nace desde el cielo.
Como el fuego que nace desde el cielo, así caías, así tu morada se teñía de los grises que las nubes nos traían, y entre las ingles brotaban esas aguas que descendían por los labios y se encarnaban en los muertos.
Se encarnaban en los muertos y bendecían nuestros nombres. Se engalanaban con la sangre y devoraban toda la carne que existía como cuerpo, y como lastre se iban a vivir lejos de los cementerios donde habían sido sólo unos cadáveres.
Habían sido sólo unos cadáveres y frente al yugo se ponían. Persistían en su huida, y en su victoria lacerante de llagas y de pústulas convencían con su acero, y poblaban las guerras como zombis, y sus pijamas cuarteados se rompían en el acto del amor.

Subí

Amor, subí a las nieves que guardas junto a ti, y sólo vi lo blanco. Era un espejismo de blancura, un desierto helado. Por todas partes una extensión pálida, un grito en que se encierra la mañana.
En el transcurrir de esa blancura olvidé que dejaste tus huellas sin pisar, que hollé con las mías tu mirada, y me volví albina ante tus ojos.
Amor, oigo los maitines en mi insomnio. Mi piel te los escucha. Siento cómo me resbalan, cómo se deslizan por mi cuerpo con el fragor de la inocencia, de esa pureza prístina incurable que nos abandona al morir por vez primera.
Amor, qué hay en tu carne que se vuelve alba, ese sol que desde oriente determina que empiece nuevamente el sacramento, que la noche desaparezca y que la negrura se tiña con la aurora.
Amor, qué hay en el alma que elude los barrancos, y se precipita sobre el mar, Te busca entre la leña y la vendimia, te busca en el cielo y en el fuego, te busca en el aire que se prende, mientras el camino te persigue y hay un bosque en que la sangre se adormece.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Suena el Réquiem

Amor, suena el Réquiem y estás lejos. Mi boca no puede alcanzarte, mis labios desesperan, mis ojos tienen ansia de miradas, mis ingles tienen ansia de tu semen.
Dónde te escondiste, en dónde te entregaste, que estoy soñando todavía con tus besos, que deliro por tenerte junto a un trozo de papel donde las palabras signifiquen el amor.
Como un barco pequeño que quedase sin rumbo, que aleteara en las aguas como un cisne solitario, llevo en mi coño ese arca que marcaste como mía en los fragores del deseo.
Amor, quedé desnuda. Desnuda y vulnerable. Te deseé como se desean los regalos en las fechas señaladas, te deseé en mi nombre, en mis veneraciones, en los pulsos en que la sangre me decía que nunca ibas a volver, y yo le contestaba que antes se detendría, que me llevaría el corazón por las arterias, porque tú regresarías, y al regresar la luz de tus cabellos me daría la cima del sol de medianoche, y al dormirme junto a ti en los jardines de delante de la casa un gatito maullaría con las pulsaciones de tu carne, y yo sería aquella que levanta las rocas del pasado, y las convierte en tierra.

Tejí la oscuridad

Amor, tejí la oscuridad y en un canastillo exilié la sombra. Me encontré con una tiniebla inescrutable, que pedía y que encendía en lo oscuro, y que quería apropiarse de ese cesto donde las noches auscultaban el aire en que las nubes resplandecían y esperaban el nido de las almas.
Amor, tú me esperaste. Pusiste el chaleco en lo más alto de la loma, y mientras conducías alrededor de la lluvia las ovejas me daban la lana que añadiste al tejido de la sombra.
En ella me oculté. Con ella barrí los cementerios que salían a mi paso cargados de flores que enceguecían a mis pies, y los muertos renacían e imploraban otra carne y otro cuerpo para amarse tras lo eterno.
Amor florecido que me besas, que me transcurres y aconteces, dime a qué altura debo detenerme. Dime si tu pureza me estalla en los pezones, si mis ingles verán el fruto de esos cerezos todavía nacientes.
En mi pulso reposa la eternidad. Entre los besos se cierran los párpados que ven en el interior del beso, dentro de los labios. Ven cómo se ilumina la lengua, como mi lengua te convence para ir a la guerra donde el sexo incendia las crisálidas

Las sombras

Amor, se me obstruyen las sombras. Se me caen entre las manos y los dedos no las pueden apresar. Las sombras me desdicen y acaparan los líquenes que crecen en el barro, y el agua oscura me dispone a caer en un pozo enorme donde cayó el amor.
Cayó el amor entre las aguas tenebrosas, como caen las estrellas que se rompen entre partículas luminosas, que descienden por el cielo hasta que llega el fracaso de la oscuridad.
Cayó el amor. Hay que buscar su nombre.
Las palabras son como las voces extinguidas de los pájaros, cuando las aves hablaban con su vuelo, cuando las águilas habitaban las ciudades y se posaban donde duermen las cigüeñas.
Las águilas llevaban el amor en las cornisas, lo estremecían en sus nidos y palpìtaban al lado del escorpión que inoculaba su veneno, y se dormía.
Amor, en el fondo de este brocal hay lluvia ardiendo, el agua del amanecer y del crepúsculo que nos deja el sol bajo la tierra, y que germina en las nubes y nos riega, y nos blasfema.

Un madrigal

Amor, oigo un madrigal, una sinfonía en la que la piel aletea y se desborda. Mi piel calla, no sabe de acentos, no sabe de materias en que el fuego pueda renacer, y los silencios tienen una sustancia pegajosa, un líquido que emborracha a aquellos que lo miran.
Amor, en ti soy como un árbol, y mis raíces arraigan en la espiral del vuelo de los pájaros, y se derrotan en cada amanecer cuando las lunas se me esconden en los labios.
Es entonces cuando viene el beso y se prodiga entre hogares encendidos, y las lápidas entierran su nombre con los muertos.
Amor, en este cielo que me vence se dispara un espejismo.
Hay una oquedad en el suelo que traslada sus temores. Hay piedras abruptas y rocas recortadas en un vacío que retiene los pétalos del amanecer.
Amor, me notas los latidos, sientes como mi corazón se adelanta en el abismo, como si me llevase de la mano a explorar el alba, su reverso y su milagro.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Una bodega

Amor, hay una bodega donde muere el musgo. La hierba crece en el borde de mi coño, en las latitudes donde mis pechos cobran realidad en el pulso de tus manos áridas.
Hay una vacilación al borde de la nada: crepitan allí los vuelos de las aves que traen un beso en su picos dóciles.
Un desconcierto me apabulla: no vendrás, sé que no vendrás y seguiré sola, sola con palabras que llegarán a ser absurdas.
Espero que un amanecer te traiga a lomos del alba, en los ijares de la alegría. No estoy triste. No lamento la distancia. En ella me creo y me recreo, en ella me miro, en ella soy el fuego que escribe sin cesar, porque te amo.
Amor, ves esa estrella que se distingue en esta noche. La ves crecer en ese cielo que se aparta de nosotros, como si nosotros fuéramos los siguientes habitante, y esas estrella es como si un amante llamara a la ventana, como si tus ojos pudieran verme desnudarme y poseer la madrugada.

Qué inútil

Amor, qué inútil es el amor, y necesario. Qué necesario es su girar como la Tierra, en torno a un sol y a una luna que rige sus aguas planetarias, como rige mi sangre y la entraña de mi sangre, mi fulgor y mi caricia.
Amor, en ese espejo lunar, en ese latido que se aviva cuando pasa el recorrido de ese tiempo que es la vida, mi corazón es como un nido de serpientes cambiando de piel, y sus escamas son como los cascabeles de las cabras, un grito de alegría.
Soy feliz por este amor oculto, que encierra en sí mismo el mismo enigma de todos los amores: ¿por qué y para qué amamos si es inútil amar, como el poema, que tampoco es práctico ni visible? ¿Es mejor el amor que una bombilla? ¿Mejor que una vela, mejor que una lavadora, un lavaplatos o la vitro donde preparo la comida?
Vencida por la inutilidad del amor te sigo amando, como la luna que gira y gira sin saber que altera mis aguas y las tuyas, y que ha robado mis vísceras y que mi sentimiento es suyo.

Me miré

Amor, me fascinaste. Me miré en tus ojos, y vi en ellos la madrastra, la madre, la hermana, la tía, la hija, la amante. Vi la amiga, la que calza tus zapatos, la que huele masculina por haberse pegado a ti, la que huele a humo y a cenizas.
Amor, qué cualidad tiene la sombra que al venir no apaga nuestro lecho. Lo acaricia, lo llena de negrura, y entre las sábanas me deslizo y aún no estás. Me abrazo y me digo que eres tú, que son tus besos los que doy en la almohada, que es tu semen el que profundiza en mis brocales, y el agua de mis ingles es para ti, para que engendres un hijo de la noche.
Amor, mis pestañas tienen sed. Anhelo en ti la lluvia de las flores, las que se desatan en mi vientre y te desean con un fulgor amanecido.
¿Qué haré cuándo no crezcan más las margaritas? ¿Qué ramo de novia me pondré que te recuerde? ¿Adónde iré con este amor estremecido? Amor, dame un poquito de ternura, llévame contigo al sufrimiento, gime con las notas de la flauta y de la aurora.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Ha oscurecido

Amor, ha oscurecido. Ya no hay jardín donde escuchar cómo cantan las alondras. Se fue el sol y con él se han ido las estrellas. No hay luna en este cielo negro que dibuja el vacío de la ausencia.
Amor, miro hacia arriba y veo ángeles que luchan entre sí. Los ángeles quieren ser esa luz que me carece, quieren llenar la nada con su flamígera mirada, quieren llevar sus alas en la noche y convertir la oscuridad en transparencia.
Amor, tu semen es sangre de huella, rastro que permanece virgen, corazón de un velo quebrantado por el silencio en sombras que grita sin voz tu nombre por los arrabales del perdón.
Mi sangre es blanca por tu esperma. Me lo inoculaste y ahora me circula, como un coche que busca aparcamiento, como una motocicleta atómica, como una partícula en el cemento que será base de una casa, un edificio también blanco, como la nieve antes de caer, como una nube que trajera un niño albino en su semblante, y en tu polla blanca hubiese un pequeño lunar claro, una señal, un prodigio luminoso.

Me desviví

Amor, me desviví. Me trotaron los jamelgos del alba, y entre lunares de luces pequeñitas pude entrever cómo tus labios me incitaban. Dudé, no tengas miedo, me dijiste en voz muy baja, y yo temí perderme entre los mares, y en el trono te dije que te amaba, que eras mi lluvia, mi aire de agua, mi escarcha y mi rocío.
Amor, me entregaste un ramo con la nieve y yo te di la arena, te di los bosques que rodean el castillo para que pudieras entrar con una llave grande, oscura como el beso que te di todas las noches, la llave de mi infancia. Yo era niña y veía esa llave en manos de mi abuelo, y me dormía.
Amor, en ti despierto. En ti soy un pedazo de urna amanecida, un canto de los lobos, un espectro que recorre pasadizos buscando el amor que me entregaste, el amor que me esperaba y me decía que era hermosa, y en tus brazos fui la bella más bella entre las bellas porque tú me embellecías, porque tus ojos me ofrecían la hermosura, y esa hermosura desnudaba mis defectos, y en el amor desparecían y todo era alma, y el alma me llovía.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Anochecía

Anochecía, y tú me hablabas de pureza. Me entretejías en las ingles y me amabas, como si yo fuera aún la niña que andaba temerosa por los campos oscuros, cuando la luz se envolvía entre la sangre que apaciguaba la muerte de la tarde, y los pájaros emitían el último trino con sus voces cansadas.
Amor, me das tu reino, un reino de dólmenes y escitas, un reino de flechas y relámpagos, con corales y una sola esmeralda con que me cubres el pelo, y que se me posa en la mirada.
Amor, qué tristeza vive entre los márgenes, cuando el negro tiñe el cielo con la sombra, y las velas alumbran las estrellas.
En las visiones el viento es un prodigio. Se inmiscuye entre los árboles, entre las flores. Se tiende y yace junto al mar. Se tiñe de luna, del malva de los días, y conoce el abismo donde muere.
Amor de centeno, de pan y de cerezas, dame unas aceitunas para dárselas a los muertos, dame aceite para ponerlo entre los pliegues de la piel adonde llegan los reflejos de ese sol que ya se ha ido, dame un beso, sólo un beso para dárselo a las luciérnagas.

Qué estallido

Amor, qué estallido encontré cuándo te fuiste. Cayó la mañana de repente. Amaneció al lado de mi cama, y tú no estabas. Habías ido a verte en el rocío. Y el rocío me contó que en plena madrugada cogiste la mochila, la llenaste de pan y de cerveza, y al filo del alba te marchaste, sin un adiós, sin una plegaria por los muertos, sin un beso.
Estaba aterida, insuflada por el frío, herida de noche y combatiente. Temía la llegada del invierno, la soledad de las ramas desnudas, la inclemencia.
Amor, dónde estás que desespero. Sé que estás en mí, que soy tu esposa aunque no lleve tu anillo. Mi alma es tuya, y allí donde descansa, en su lugar de hadas, te espera insomne, por una eternidad de estrellas que se apagan en tus labios.
Amor, que cincelaste la noche y le dijiste que eras mío, devuélveme los fulgores de los astros, déjame entrar en las naves candorosas que, inocentes, se llevaron mis reliquias, mis sarcófagos amantes, hasta el final de los mares donde se juntan los océanos.

martes, 3 de noviembre de 2015

Vienes de noche

Amor, vienes de noche. Eres la luna que me mira desde el cielo, el pecio derrotado, el naufragio que vislumbro frente a mí, la quilla que me lleva hacia donde el nombre de Dios no se toma en vano.
Las auroras boreales nos esperan. Me las llevaré dentro de un cántaro y serán mías, y en mis visiones te amaré como nunca nadie te ha amado, con un amor incestuoso.
Con un amor incestuoso te amaré. Seré Fedra. Seré la que no quiso un hijo y tomó un amante como hijo, y me follarás y al follarme seré madre del hombre que me folla.
Acurrúcate a mi lado. Lámeme. Sé el fuego de mis ojos, la luz de mis espaldas, la negrura de mi culo.
Amor, en este hilvanar de penumbras, en estos vasos que se rompen al azar, dime si las palabras me contienen, dime si los corazones laten por el mismo corazón, si no respiran en el agua a los arcángeles que vienen por nosotros. Si ellos son los mismos que nos dieron las espadas para que pudiéramos alcanzar el fuego de los cielos.

En este otoño

Amor, en este otoño que nos crece, viene el sol y se amilana, y a cambio de su suavidad, nos da rosas y amarillos que caen por el cielo como el Fénix de memoria atardecida.
Me das el lecho, y vienes a buscarme. Estoy perdida en el zarzal, de vida ardiente, y la Voz me dice que me vaya, que luche junto a ti, y que me enamore.
Amor, en esta tarde en que sol huye, de tonos de noche que se cierra, te doy mi fuga, y en la fuga están los labios para el beso, y en las ingles están los labios para el beso.
Amor de rotaciones, que pulsas en el viento, que ardes a mi lado en una vela, que consigues llegar a lo más alto, allí donde el cielo nos responde con una respiración valiente.
Amor de brocales abiertos, te suspendes en los alrededores apasionados del dolor. Este amor adolece de tristeza, y en su imposibilidad nacen los nenúfares y los lotos.
Amor de agua, de lluvia amanecida, amor de tierra que se ennegrece en el arroyo, dime si escuchas mis palabras, dime si algún día me reconocerás en su existencia.

Me trajiste

Amor, qué verdiazules pequeñitos me trajiste, envueltos en papel y en una caja que apenas los tenía, como si fueran un señuelo de un camino que ibas a coger y en el que yo no iba a acompañarte.
Los pedacitos me encantaron. Eran trocitos de viento, gotas de lluvia inaprensibles parpadeando juntos en su interior bordado, con una alianza de coral que me trajiste del océano.
Amor, voy con las piedrecillas montadas en el oro, piedras llanas de ese río que me acercó a sus dehesas fluviales, que me llevó con él hacia el lugar donde el corazón es siempre tuyo.
Amor de árboles que florecen en enero, me diste el frío y yo cogí tu ofrenda y la razón última de tu ofrenda, el motivo real de que todavía no te has ido.
Amor, quédate entre mis piernas, en la nieve helada de mi coño, allí donde nunca has entrado, allí donde mis labios son como una enredadera, donde el hielo es como un iceberg que se va derritiendo con el agua, y el agua es el único lugar donde las almas vienen a posarse, como si entre las flores hubiera una única flor que me viviese.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Te diría

Amor, te diría amor constantemente, como en una caminata, como ir en bicicleta, como coger las fresas cuando despunta abril y mayo avanza hasta ser junio, y junio se prolonga. Ahora, que estamos en noviembre, viene la lluvia y el calor no quiere irse. El frío avanza poco a poco en esta ciudad mediterránea, donde el amor vive, y es latente.
Mi corazón es como un ramo de amapolas. Y ahora, que la flores se adormecen, vivo en un ramo de blancura, en esas margaritas que compré para mis muertos.
Amor, tú siempre estás. Siempre me vives, me rodeas, me incitas y me pierdes. Como un gorrión picas en los cristales, te abro y vienes, y me llegas, me amas y te deseo más que a ningún jarrón de oro, más que a la belleza de la selva. Más bellos son tus ojos.
Tu piel es mi regalo, mis besos son tu ofrenda. Mi pelo que cae es el abismo que incita a la caída, tu pelo rubio es el anzuelo que me prende entre las ingles, en mis muslos sabios, que conocen tus ingles y que hablan, y platicando te aman honrando la memoria del amor primero.

En este cielo

Amor, en este cielo hay otro cielo enceguecido. Hay una senda que a sí misma se eleva por encima del núcleo: es la partícula de la nada, la que tiene fiebre y muere entre tus brazos.
Amor, me sostiene tu mirada, el centro de esos ojos que miran en el beso, y en esa mirada se te cuela el crujir de la rama humedecida, el sabor de la tormenta que es salado. Es el agua del mar la que nos cubre de pureza.
Amor que redoblas tu carne, que avanzas por el sendero que quebró el destino que se anuncia en sones de trompeta, amor que llevas en ti el vino consagrado, la misma vid de que nació, dime si en entre mis piernas se abre el misterio que me lleva a descifrar las runas que me surgen en los dedos.
Amor loco, amor que sabes las palabras, las conoces y convocas, es en tu memoria que la sangre destila el agua de mi cuerpo, que mi cuerpo desvanece la sustancia de tu carne, que la materia se encarna en el Verbo y que el Nombre vive por nosotros.

domingo, 1 de noviembre de 2015

¿Has visto...?

Amor, ¿has visto dónde la muerte se detiene? Va con plumas, y con un manto cubre las estrellas. Todo está oscuro, menos tus ojos.
La muerte se desnuda y es un vacío, es una nada que nos mira, que nos pide un susurro, una palabra que diga que la amamos, que se impregne de tormenta, de lluvia que amanece en el portal, y en su desintegración vemos cómo es de negra, cómo se confunde con la noche, en el letargo de la noche, cómo hiberna entre telares y se espera, y como sus manos nos conducen a ese éxtasis primero donde las ingles se desnudan.
Amor, te amo como te ama la muerte, con la misma necesidad, la misma espera, el mismo beso que te da yo te lo doy, el mismo cerco invisible junto a ti, la misma sangre que riega los omóplatos, la misma espalda que se desvanece entre los árboles marchitos, las flores secas.
Amor, qué cañada se desborda, el mismo tiempo se desborda en su inmediatez, y yo soy como el augur de los corderos, me desangro mientras te doy la misma luz del sol poniente.

Turbulencia

Qué turbulencia se me encendía en las ingles, qué lluvia renacía en las espaldas y crujía la belleza entre tus dientes. La devorabas con palillos de arroz, con cucharadas de jugo de trébol, y te comías las vísceras que transportaban el Verbo.
Me derramabas tus pétalos salados, y entre salmos me adorabas, como si la diosa que no tiene nombre me besara con tus labios.
Amor, llega la tormenta, y llega el ángel que me negó tres veces: el día en que nací, el día que te amé, y el día de mi muerte.
Amor, el día en que morí una lágrima cayó por la mejilla. Con ella se llevó lo que yo soy, y tú me devolviste la mirada y me entregaste mis ojos con tu semen.
Amor, no te me vayas. Quédate aquí, junto a las velas que enciendo por los muertos, junto a las flores que visitan los cadáveres, haz que el esqueleto y que sus huesos ardan en la purificación y en la pureza de esas almas que me aman.

Cerca

Amor, qué cerca la ceniza, el sayal donde los vientos se reúnen, el tono azulado de los verbos que contienen tu hermosura.
Amor, en este aire que levanta las hojas iridiscentes de los árboles, en este manantial de umbrales que se ciernen en la boca, te doy los labios para besarte en una ilusión apasionada.
Me hieren las almas que se impregnan de amapolas, me hieren los mirlos que se comen el pan en pleno bosque, me duelen los besos que me das. Adolezco de tristeza.
Amor de soledad, que visitas el lugar donde el deseo se perdió, dime si en tus alabanzas se encuentra la pureza de un cuerpo desnudo, si en tus manos puedo encontrar la huella que dejas en mis labios.
Amor, crujes la penumbra. Te vuelves niebla y penetras en la noche. Dime si me amas con este corazón que se revela en sangre envejecida.
En las arrugas y en los pliegues rumoreaban las aguas como espliego, y se quedaban ciegas.

Andanzas

Amor, qué andanzas me trajeron a tu lado. Qué esfuerzos me sobrepasaron como si la Tierra viviese entre tinieblas todo el tiempo, como si el resurgir del frío se llevara los gigantes de hielo de mis pasos.
Amor, qué hermosura me entregaste, para que la regara y la pusiera ante tus pies, para que mis jazmines adorasen la puerta más pequeña del cielo. Y en ese tiritar me trajiste el aroma más cándido de esas flores que me nacen en la piel, y me tatúan el Nombre entre todas las palabras.
Vives en mi soledad en un fuego que se inicia en los árboles, que arde en las ingles que te entregan su agua, la calidez de un ritual que se hace carne entre los Verbos entrelazados.
Amor, qué me sucedes como un magma de sangre. La lava es poderosa y también vives en el barro. En él posas tu palabra ensangrentada, el rumor de los clavos y la lanza, las espinas penetran en la frente que se ofreció al crimen, imaginación portentosa de pensarse hijo de ese fuego que quema en la anochecida tarde, en esta noche.

En esta enormidad

Amor, en esta enormidad que me sostiene, en este laberinto que se encierra en el deseo, miro atardecer entre tus brazos.
Me aprietas en tu pecho y te me dices, y en tu palabra late el despertar de la noche con su anhelo.
Amor, se escapa la penumbra y se detiene. Refulge en su oscuridad primera y reside en tus ingles en un canto que se enamora de los grillos.
Los ojos suspiran con la calidez inusual en este otoño que germina sus pulsaciones estivales. Amor, qué hermosas flores nos trae la penumbra, qué rojos nacen cuando cae el sol en el crepúsculo. Qué caras curiosas se mantienen vírgenes alrededor del polen.
Amor, estos atardeceres otoñales nos traen el deseo. Se alinean los árboles y su sombra nos cubre para siempre. Cómo si fuéramos bendecidos por la luz, somos habitantes de ese paraíso florecido en los albores de la intimidad. Me besas en el fragor cotidiano de las sombras, y llego a la cumbre donde Dios les dio las sandalias a los pescadores de hombres.