jueves, 31 de diciembre de 2015

La savia

Amor, me viene la savia de encontrarte, de verte brillar por los contornos purificados del espíritu, de sentirte con Dios entre mis brazos.
En esos besos que guardo entre las aguas como nenúfares cansados, como pequeñas muertes que surgieron al estancarse el brillo de las opacidades, te entrego amor en esa línea inexistente que llamamos horizonte.
No hay nada más allá, y tú lo sabes. No hay nada fuera de tus pies, y lejos de tus dudas. Nada fuera de este amor que me consume y que me abruma.
Amor, en el espacio estelar, allí donde llega la mirada, hay una luna que fue madre, que engendró a los lobos, el pelaje de los lobos, sus hocicos húmedos, sus besos de lobos, sus dientes de lobos, su sangre de lobos, y su misterio, para siempre reducido a la hondura del aullido.
Amor, en este invierno, en este tránsito que cabalga las auroras, mi corazón no cesa de decir que los pájaros vinieron, y que dejaron un poso de alas en los labios.

Se acaba el año

Amor, se acaba el año. Dicen las costumbres que el reloj marcará la medianoche, y vendrá con frío la intemperie, que enero empezará y con él un nuevo ciclo de amores y de pájaros.
Amor en este día en que estás lejos, en que te lames las heridas y que esperas, mi amor quiere alcanzarte por encima de las rosas, por debajo de las lilas.
Amado, no puedo ir a buscarte, sólo puedo encontrar en las baldosas la imagen del deseo. Sólo veo cómo las horas crecen junto a mí, cómo arraigan los recuerdos en esas estrellas fulgurantes que nos miran, para las que somos como hormigas.
Enciendo velas, aromo las estancias. Busco jarcias y quillas en los alrededores para salir al mar, para besarte en este inmenso cielo en que tus ojos se encarnaron.
Las palabras surgen como amantes. Es mi única manera de amar, de entregar en ellas este alma que sufre con tu ausencia.
Amor, en año nuevo irán las gaviotas a buscarte. Mis labios embrujarán los girasoles y tendrás el fuego que permanece y arde en los contornos de un sol esquivo.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

En los árboles

Amor, en los árboles se esconden los designios de los nidos, ramas altas de hondo transpirar, luciérnagas que callan y sólo se iluminan cuando la noche cae junto a los pétalos.
En esos nidos ocultos hay hojas que cayeron y que el viento transportó con su sonrisa, y los pájaros se comen la hojarasca, la devoran, para devolverme esos besos que te llevaste contigo y me ofreciste con tu huida.
Amor de sangre enorme, amor que abrazas las raíces de las enredaderas, que ves cómo las hiedras te cobijan, y a su sombra te tiendes, yaces junto a mí, y desvaneces el tiempo con sus horas.
Amor largo, tienes en los cabellos un fluir, un perfume rubio, un aroma silencioso. Amo en ti la primavera, ese germinar que es del invierno y que lleva hasta tus ojos.
Niño blanco, qué dura es la derrota, qué duro es cuando la muerte viene a golpear en la morada, cuando Pegaso pierde el vuelo y el Fénix es cenizas, cuando parece que la oscuridad llega y se nos muere y tras ella sólo hay un negro más negro todavía.

La planicie

Amor, sientes la planicie del mundo, cómo el deseo cubre las oquedades de la nada y prende el tiempo en tu mirada.
Así son los espejos, mudos y absortos en el día, reflejando ese sol que te acontece, ese sol de dunas encendidas que se opacan en la noche, esa arena obnubilada por el beso de la luna.
En este lento recorrido fluyen las pavesas. Se apostan a cada lado del camino como crímenes, como incestos, como muertes infamantes.
Amor, quisiera llegar a esas nieves, a esas cimas, a esas nubes que tienes a tu lado. Quisiera subir por las promesas y jurarte, y blasfemar por este amor que siembra flores estrelladas.
Mi hombre, abro los ventanales para que entre la noche y desvanezca toda claridad. En esa habitación oscura repito tu nombre sin cansarme, y tu nombre me dice que estoy sola, que mis caminos están poblados de cipreses. Sin ti el alba resplandece hasta el dolor. Sin ti la palabra suena hueca, afilada con estrellas.

Una calidez

Amor, hay una calidez que es intrínseca al invierno, al tiempo en el que el frío se introduce en esa nieve que palpita como un corazón de fuego dentro de la lluvia.
Amor, dame un poco de esa nieve que calientas en las ingles, entrégame un ramo blanco de esas azucenas que diciembre nevó para tus ojos, sé piedra que se deshace en las rugosidades de un ayer en que era inmarcesible.
Latente, el agua se resiste a derramarse. Sus gotas son ocasos que se resisten a la luna. Sus embriones nacen en la disolución del iris.
Mi niño, te guardo un poco de luz, una pizca de estrella, unos gramos de sal de los océanos, un galope largo entre mis piernas de escarcha, nevadas por tu esperma.
Sólo quiero tu hierba renacida, el extenso fulgor de tus lunares, el signo de admiración que te dibuja la cara cuando duermes.
Amor, sientes las profundidades que se me divisan en el mar, los ornamentos callados que me brotan en los labios que me guardan tu silencio.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Un recorrido

Amor, hay un recorrido en la memoria donde el beso permanece en la caricia de los labios. El olvido se llena de recuerdos, y no olvida, revive los instantes en que tú me lamías en la lengua las palabras, incitándome a besarte, a comerme las últimas flores que cortaste para mí, para que me crecieran en los muslos y me besaran la piel, como tus ojos.
Amor que das, que me recibes con tus lágrimas, que me ves cuando cierras los párpados en las oscuridades que te ciernen, me enardezco entre tus voces, la que me dice que me amas, la que me dice que te fuiste y encontraste el vellocino de la mano de Medea, y en el oro te apartaste, y en el oro convertiste el amor en la sombra del amor, en su recuerdo.
Nido de flores, se abre la mañana y rasga el silencio, caben los insectos en la mano y el sol nos ilumina, seduce a la luna que se esconde hasta encontrar un cobijo en el que duerme, y cuando el sol se va, evade la fosforescencia, nos queda la electricidad y sus motores, nos queda la lámpara y la vela, el quinqué y la esperanza del quinqué, y ausentes nos adormecemos hasta que un nuevo beso nos despierta.

Diciembre

Amor, diciembre va cerrando su perfume y lo escancia con el tiempo. El tiempo me sabe a corazón envuelto en rosas, a sangre verdadera.
Amor, en mi sangre te deslizas, en mi sangre adoras a quien fue el portador de las iluminaciones, a quien el primer Dios envolvió en membranas y cegó, por entregarse con el fuego de los hombres.
Me entregó el fuego y lo puse en una antorcha. Enceré la vela y lo puse en una llama. Cociné y lo escondí dentro de un horno, e hice pan y te di una hoguera consagrada.
Amor, el pulso es lento, gira y se traslada. Es promesa y agravio, y en la humillación del dolor se me enamora, se me va detrás de los relojes, los detiene, se para en la arena, y la contiene.
Amor, hay un inventario en el agua que me crece, un juego de luz, tenebrosidades aprendidas en el hogar de la costumbre, un rito iniciático de chimeneas encendidas, de carbones apagados, de leña y de brocales de la leña, donde las ramas se quiebran, y quebradas dejan tras de sí el polvo estelar con un rastro de ceniza.

En mí

Amor, en mí se junta el mar que separaste, el que prendí en mis aposentos, y vi cómo el tiburón se dirigía hacia las rocas, cómo las comía, cómo sus dientes afilados devoraban la piedra que crecía bajo el mar como la niebla que cae sobre la tierra.
En medio de esa bruma te entreví. Tus ojos todo lo llenaban, lloraban el cielo con tu sombra, con tu palpitar cálido y callado, ofrecido a la nubes y más hermoso que la lluvia dividida.
Hay una distancia que se anula en el amor. Son los brotes del pan tierno. Los que como de tus labios.
Los claveles tardíos me seducen. Me los entregas con un lazo de papel, para que sueñe con tu cuerpo, para que pierda la luna que era mía y que se quedó anclada entre mis piernas.
Entre las ingles palpita la inocencia. Atrás quedó esa niña que miraba con fulgor el infinito, que se posaba en el árbol imaginando las estrellas, que se lamentaba en el estanque de los sueños, a la que diste alas y piel con que besar, a la que diste el saber que se prendió en la blancura de un amor enorme.

sábado, 26 de diciembre de 2015

En esta senda

Amor, en esta senda que empieza a caminar, en este lado del destino, sé que un día las rosas que sembré serán finalmente tuyas, y las amapolas de mi cuerpo serán como gotitas de ese agua que cae de los cielos.
Amor, en el calvario fulguraron las tres cruces: en una el Cristo derramó su sangre, nos llovió, nos llenó de pétalos, nos llevó a la madrugada que cubrió el mundo por nosotros.
Amor, el día tercero se elevó de entre los muertos, los llenó de besos, los preñó de lluvia con su esperma, los bautizó con el fuego del espíritu y los desnudó de miedo.
Así yo derramo el fuego de mis labios, el alba que me prende de las ingles, el iris de un marzo que me espera, que se encarna en las estrellas y en la luminaria de unos ángeles que abren las ventanas de un cielo redentor, unos cristales con tres velas, con tres llamas chiquititas que suspiran aire para arder.
Amor, que en ti vives, que en este diciembre que se aleja me traes la blancura, este frío que se anega con tus ojos, esta nieve que se mantiene florecida, esta penumbra que le grita al amor, y lo acontece.

En esta mañana

Amor, en esta mañana en la que el cielo se desprende de tus ojos, en esos ramos que me das de miradas florecidas, te amo, te amo entre los estertores del volcán, entre la lava que vomita y soy yo misma ese fuego que se arrastra por los campos y todo lo llena con el barro.
Soy ese agua y esa tierra que se ofrece al palpitar que arde, el fuego que en incandescencia se convierte, el milagro que mira en derredor y construye un árbol de ceniza.
Amor, en esta muerte en que vivimos cada día, en este declinar lento entre las hojas, me miro en este amor que te concierne, porque es tuyo, y saluda y ve crecer las mariposas en el lazo más puro de las rosas que te entregué hace mucho tiempo y que se preñó en la jungla de los besos.
Mi amor, las amapolas me siguen suspirando entre las piernas, entre los pechos que tu semen endurece, y en las guaridas me entregan tu nombre, y yo te otorgo mi amor en el silencio.

Qué nombre tienen

Amor, qué nombre tienen las espinas de las rosas, cómo deambula el amor entre rosarios, qué adalid nos inunda de crisálidas, con qué color más puro llegan las mariposas.
Amor, en el curso de este día del solsticio se desangran mis aguas junto a ti y te corono con el fuego, con el millar de abejas que vienen a besarme.
En esta espera fluye el deseo como unas abluciones. Limpia, me ofrezco al canto de la lluvia, al roce de ese viento que trae la tormenta, y la perdona.
Entre pétalos y esperanza viene la ceniza. Un día moriré y entre tus brazos llegaré a la redención. La muerte llevará un ramo de amapolas y yo te daré sus llamas con mis besos.
Amor, traes los sueños de esa primavera, de la ternura que vendrá y de esas fuentes que van surgiendo poco a poco del fondo mismo de los manantiales.
Amor, me cuenta una leyenda que vendrás, que oscurecidos mis labios y mis ojos serás la luz que me quitaron, el sello de unas manos que esculpirán el amor en las fraguas más recónditas de la claridad.

Me tiendes tus sandalias

Amor, me tiendes tus sandalias. Me hueles en este aroma que se desprende de las ingles cuando, después de amar, se parecen a las nubes.
Amor, en la boca llevo la fermentación de tu estirpe, el deseo más enloquecido de tenerte junto a mí para que tu alma repose entre los fieles, entre los santos, entre los que dieron la luz para que la luz iluminase a todas las flores entregadas.
Amor de poso leve, amor infinito en su complacencia de amar, abre las crisálidas, renace en el mismo amor que te acompaña.
Brisa que besas el mismo caminar, que te pierdes en la ruta y te encuentras en el mismo centro del corazón, reza por nosotros. Sendero de orquídeas, en este solsticio el sol saluda la intemperie.
Amor que calla y que se encarna en el silencio, recoge las aguas que el río removió y llevó hasta su seno, hasta las piedras más recónditas, hasta las lilas escondidas, y en los lugares sagrados tomó la forma del Nombre.

jueves, 24 de diciembre de 2015

El espíritu

Amor, me ha preñado el espíritu de palabras. Las llevo en el vientre, entre los pechos, en la sangre de mis ingles, en las uñas, en los pies que llegan a las alturas sin alzarse de este suelo que cobija mis visiones.
Amor, entre los árboles te sentí. Eras brisa y eras cielo que venía y me llamaba. Eras hoja y eras tierra que surcaba entre mis brazos, que me cubría todo el cuerpo, y con tus besos me nombrabas, me decías que era tuya y que por siempre lo sería, y yo quería entregarme a ese cielo que bajaba para encontrar en mí el amor más firme, más auténtico, el amor que es amor sobre todas las personas, sobre todos los verbos, y que se une más allá de la carne y que se expresa bellamente con el sexo.
Amor, que rozas mi intemperie, que vives en los barrancos al filo del abismo para salvar a los que caen. Amor, tu sombra es la luz de tus cabellos, tu sombra es la mirada de tus ojos, y en la claridad de tus pupilas se derrama toda el agua del silencio.

Las paredes blancas

Amor, las paredes blancas tenían los balcones irisados. Del cielo caían los pétalos azules, como tus ojos, y rojos, como el viento. En la puerta se leía como todavía no era la hora, como no debía entrar en el pasaje de las almas, donde entraban a cientos y sucumbían al heraldo de las flores.
Amor, en la explanada había árboles, y en los jardines había edenes pequeños y medidos, y a la espera del ángel y la barca relucían al fondo los cristales de la ciudad que duerme, levantada.
Amor, en esas aguas sólo se refleja el espejo de un mar sin las corrientes, los manantiales sin ruido, los ríos que forman lagos y que no se mueven, profundas procesiones sin alba ni tormentas, aguas grises vivas y estancadas.
Amor, hay un castillo rodeado por un bosque oscuro. Castillo blanco de grandes dimensiones, alma buena que todavía se respira en el olor de los claveles.
Amor, los santos me reciben. Les veo platicar con la costumbre de ver la divinidad a cada paso, en los claros diamantes de allá lejos que viven en nuestros propios corazones y en ellos permanecen.

Un amor estremecido

Un amor estremecido, un amor de flores temblorosas, un enjambre. Mi hombre, vendrán las amapolas a buscarme en la negrura de esa oscuridad que se palpita y es madre de luz a su pesar, madre del alba que aparece tras las horas más intensas, cuando todo duerme y el sol todavía no se muestra ni en un solo rayo renacido.
Amor, madre oscura, sombra atávica de un recuerdo que anochece, deseo de la bruma de los sueños, pálpito en la niebla que entrevé los ojos de la noche.
Llueves en la guarida de los lobos, en los sagrarios más ocultos, en las ingles perfumadas. Llueves en la rotación de un mundo que se vuelve sagrado en tu mirada.
En alemán, la luna es masculina, su blancura. Sus mares áridos, la memoria de su semen en esas olas sin gravedad ni espuma.
Amor que respiras el humo de los dioses, que inundas con tu sangre el firmamento, dime si en ti puedo habitarte, puedo vivirte y nombrarme en tu silencio.

Hay un país

Amor, hay un país que se extiende tras los astros, detrás de las secuoyas. ¿Sientes cómo cae la luz en esas casas que limitan con el cielo? ¿Oyes cómo la voz del nigromante se opone a las estrellas? ¿Escuchas mi voz, que es como un fantasma a la orilla del infierno, y ese miedo que viene cuando se ve su oscuridad, los gemidos de esa oscuridad que son las pesadillas de los monstruos?
Amor, quiero hablarte, decir, nombrar en el silencio. Que el silencio sea un silencio religioso. Un silencio donde la adoratriz se nombre, y que te adore. Un cristal luciente en muchos marcos, una ventana de colores donde el blanco sea la respuesta de esa luz innominada.
Los pájaros anochecen. Se quedan en los nidos y vislumbran el ámbar de los ángeles.
Amor, ¿qué ceguera impulsa mis palabras? ¿Por qué no puedo ver el ansiado recorrido que me lleva hasta tus ojos? ¿Qué se me oculta a la mirada, que sólo siento la brisa y el amor de esa brisa que se derrama con el aire? ¿Dónde estás, dónde esperas encontrarme? ¿En el seno de esa noche que tirita entre las cenizas de esta madrugada?

martes, 22 de diciembre de 2015

En esos valles

Amor, en esos valles donde se va la muerte, en esas montañas en que los lagos se eternizan, hay un polen que las flores se olvidaron.
Amor, las mariposas sobrevuelan ese polen, y florecen. En tus ojos florecen las estrellas. Derramas los pétalos en los labios y en la luz se posan las caléndulas.
Amor, qué rastro me dejaste con tus besos que miro sin verte en ese cielo donde te encarnas en la luna, y siendo luna nueva me entregas ese mar que sangra en primavera.
Amor de riberas y de ocasos, cítara que se toca entre los astros, necesidad última y primera, aguas que tiemblan en los mares, olas de océano con espuma que la noche convierte en algo oscuro, nido de pasión desenfrenada, sin espuelas ni flagelos.
Amor, amor que vienes en la cara más nítida del diamante, que colocas en él el porte y la figura, la sangre más pura del doliente, el enamoramiento más duro y engendrado por el poder de la palabra, que empalmó el cierre más oculto, el más extraño, y que consiguió abrir el alma.

Te busco en las estrellas

Amor, te busco en las estrellas. Más allá del cielo se viste la penumbra. En ella queda la amapola. Amor, viene el invierno con flores renacidas en esta primavera, flores que surgieron en el mismo frío y que en el hielo se derramaron con sus pétalos.
Encarnación del bronce, hierro que se doblega en el acero, tu piel se tiñe con los colores que el verano te dejó en esa misma piel que desvanece el paso de la escarcha.
En ti los manantiales, en ti la tierra que recorren, la hierba cristalina, los ríos que se detienen en las rocas que anulan sus certezas.
Amor, más lejos está la oscuridad. Y en ese deambular oscureciéndose brilla el tiempo, su duración y la esvástica de su duración, y su mañana.
Amor, los cipreses lloran. Están solos. Son los guardianes de los huesos, de la ceniza final. El campo santo se llena de ese deseo que en sí lleva la muerte. La muerte es la guardiana de tu semen, la madre que te acoge entre sus piernas y yo soy su mensajera.

Qué hay en la noche

Amor, qué hay en la noche que se vuelve tras tus pasos, qué hay en mi corazón que se anochece.
Mi hombre, cómo se pasan las ausencias, cómo en mi pecho sobrevuelan los murciélagos, y nos traen la oscuridad.
Mi niño, deja que amamante las crisálidas, deja que vengan a mí las mariposas y que mi leche se acentúe en tu mirada.
Mira cómo me desnudo. Me desnudo para ti, para tus ojos. Te doy mi alma y anhelo tu blancura. Deseo que te alcance el firmamento, que lleguen las estrellas y se te pongan en el pelo.
Mi amor, me escondo del destino. En su transcurrir se disuelve la penumbra, se entregan las palomas.
Entre esa luz que permanece cuando arde la mañana se incita a la sombra a renacer, y entre las llamas de ese sol que te acontece hay una ternura abrumadora, una ternura que te lleva hacia mis pechos, hacia la intensidad de unas ingles donde el agua se junta con el cielo.

Hay una soledad

Amor, hay una soledad que me acomete en la distancia, en mi deseo de ser tuya, en mi ansia de poseer el secreto de ese corazón que late oscurecido, en mi dolor por no tenerte, por dejar que se escape el espejismo y no poder prenderme en las estrellas.
Ansío esas estrellas que iluminan los oasis más frondosos, que caen en el agua en su reflejo, que me sirven de espejo con los ojos que se iluminan pensando en ti, rememorando las cosas imposibles, las imaginaciones más ardientes, el poso que deja el enamoramiento más profundo, la hondura de este tiempo transcurrido.
Amor, los días son intermitentes. Son enormemente grises, como el lago que se funde en la montaña y necesita el manantial para ser el azul de tus pupilas.
Mi amor, si fueras mío tuyos serían los pétalos de la noche, el oro que cae en la luna y en los astros, los lunares que me crecen al amarte, el sudor de esta piel que te desea, mis fluidos más íntimos, más intensos, las hojas de los bosques, la hierba que se tiende y que te espera.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Brisas

Amor de brisas y leopardos, amor que te escondes en el fuego, húmeda raíz fortalecida, en ti soy como una flor diminuta entre las flores, una lava que es siempre llama entre tus labios.
Amor que lloran los caminos, persistes en las aguas como el semen, adoras los trigales, te atreves a gritar el pulso de la sangre.
Diamantina fuente de los lagos, me acostumbras a tenerte, a arraigar contigo en la corriente de ese río que no cesa de fluir, que es como la amapola que florece en el invierno entre estrellas tan rojas como el viento.
Entre mis piernas se abre el espejismo, entre mis pechos laten los enigmas, los secretos que canto en todas partes y mis lágrimas te llegan envueltas en palabras.
Prístina, te doy mis alhelíes, mis caparazones, mis metales. Construirás con ellos nuestra casa sin paredes, sin tejado. Toda transparencia.

Amanecen

Amor, amanecen las gaviotas. Nunca te fuiste, amor, por esos cielos en que vuelan las libélulas, en el aparecen mariposas como pájaros con alas de colores, inmersas entre pétalos y entre árboles con auroras como ángeles.
Amor, nunca te fuiste, y en tu regreso me das el amarillo de las lilas, el rojo de la savia, este cielo que es azul, como tus ojos.
Amor de cuevas escondidas, amor de los exterminios de las rosas, no quedará en alto ni un solo ramo de amapolas.
Amor que dulcemente amas, que escondes en tu seno los labios como besos, que imaginas las llamas levantadas y los juglares muertos de amor y derrotados en esa jungla en que los verdes eclipsan la esmeralda.
Amor que ciernes los espejos, amor que vives con los ojos del océano, dame la espuma de tu semen, dame la lava que te surge entre las piernas en un manantial sediento de mis aguas, albas que caen como erinias, noches que a sí mismas se suceden, cinturas de mares espesados al venir el frío, lluvias de plata, pieles en el sol amanecidas.

La luminaria

Amor, la luminaria me conduce. Llego a ti por los caminos marcados por los astros, cuando tus labios me ponen las palabras precisas y contadas en la boca, y me salen a mordiscos, con los dientes llevados a su extremo, punzantes y calientes.
Amor, las palabras son como las citas en que las rosas se revisten con sus pétalos, como el cielo que nos baja en las estrellas.
La lluvia es una frontera. Nos da nieve cuando es fría, y llovizna en la palidez de su transparencia, como el amor, que nace en las ingles y se extiende por todo lo que vibra y muere.
Amor, que llegas en esas madrugadas en que el sol late y se esconde, y naces nuevamente cuando la vela está encendida, cuando la llama siente el candor de esa inocencia que pervive y que renace entre las sombras, cuando la muerte se duerme entre mis brazos.
Amor, que en las alas nocturnas te adormeces para despojarte de tu furia, vives en mi sueño y eres como la luna que se esconde cuando es negra, cuando palpita y desvanece su ceguera.

Ser azul

Quisiera ser azul, como tus ojos. Despertarme en el azul y vestirme de ti, como tus manos. Asaltarte con mis besos, decir en vano los nombres de los dioses en tus labios.
Amor, quisiera ser rosada como el alba, más blanca que la nieve en esas cimas que saludan a los cielos con sus piedras encrespadas.
Amor, quisiera ser fuerte como el hierro para darte una escalera, para que subieses conmigo hasta los astros en el vuelo de los sueños.
Quisiera ser sal, como esos mares que le cantan a la luna la palidez ígnea de su espuma, el oro brocado de los soles que queman las latitudes de las flores.
Quisiera ser la avanzadilla en la trinchera para colmarme de tus ingles nuevamente, para tenerlas en mi boca y parir como la yegua un espejismo lleno de tu semen.
Quisiera ser luz para adorarte, para llevar tu mirada entre las velas que se extinguen porque quiero ser azul, como tus ojos.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Retrocedí

Amor, retrocedí a esas noches en que tus labios me dormían, en que tus besos eran como sueños que venían a serenar el ansia de tenerte, porque eras mío y en mí te reposabas, y me podía desvanecer entre tus brazos y sabía que el amanecer se dibujaba en los cristales que reflejaban tus caricias.
Era madre de nenúfares y de rosas, de flores que me latían en las manos, y con ellas formaba un espejismo que se ocultaba entre temblores de tallo abierto y de memoria.
Amor, me diste el sosiego de mirarte, de embellecerme con tus ojos, de que mi deseo se encarnase en las palabras, y que las palabras multiplicaran mi deseo, y en el batir de las alas de la noche me entregaste el poder oscuro de la nada, y yo la hice fértil.
Amor, en mis orillas se junta todo el agua. Toda te la doy, entre mi fiebre, entre este dolor apasionado que busca tus huellas en el cielo.
Amor, ¿qué hay más duradero que la muerte? Te la doy también, para que me escribas en la hierba, para ser en ti como la lluvia que te resbala y que cae de las estrellas.

viernes, 18 de diciembre de 2015

De mis besos

Amor, te colgaste de mis besos, aquellos que te di en las procesiones, cuando salían los santos y buscabas un lugar entre las tumbas, un lugar donde te dieran otro nombre, distinto de como te llamabas a mi lado.
Amor, en esos bosques donde nos llama la blancura, en esa luz que vemos y nos ciega, miro tus labios y son lluvia, un rumor donde la llama no se apaga, donde el fuego es siempre fuego y nunca llega la ceniza.
Amor que vienes y te llenas de la sustancia de la fe, que quemas en el incienso del dolor, dime si en mis manos puedes ver el deseo translúcido de esa tierra en que germinan los pétalos de las noches.
Amor, en la negrura viven los insectos. Se posan en los labios y les roban besos a las flores. Son oscuros, como el manantial de luz que ilumina a las estrellas.
Amor, te espera la luna en mi regazo para que nades en su mar, para que en esa sal lunática te adentres en el corazón más tembloroso que brilla por los cielos.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Qué hay en mis lágrimas

Amor, qué hay en mis lágrimas que muere después de haber llorado, qué pájaros vendrán por la ventana para decirme que me quieres, y en sus alas traerán el tatuaje de un corazón atravesado.
Amor, te llevo en las ingles, te llevo en la materia de que están hecha los besos, un poco de brisa y una pizca de agua, y el roce de los labios.
Soy amarilla como un poco de hojarasca. Se me quiebran los lunares. Se me rompen los deseos. En mí finalizan los umbrales de la desesperación.
Los árboles lloran el otoño. Tristes, se inundan de rocío. Hay un mar a sus espaldas que crece en su oleaje por la espuma. Lágrimas de mar que impregnan el aire con reflejos de sol amurallado.
Amor, me vistes con tu llanto, con la escarcha de tus lágrimas. Me miro cuando lloras en el agua que destilas en los ojos, y veo cómo arraigo en esa tierra que me diste, en esa frondosidad en la que el alma se contempla y en sí misma es, como son los bosques y los prados donde bebo del caudal del aire que respira entre los márgenes.

Bendice las gaviotas

Amor, bendice las gaviotas. De tus manos dales alas para que lleguen al lugar donde te fuiste, que en tus besos encuentren las medallas que llevan en el pecho, y en la boca la flor hambrienta de un corazón que se alía con las sombras y se duerme.
Amor, qué soledad me dejan las estrellas.
Hay una bruma que en el cielo se desata. Parece que la traen los caballos. Parece trotar con las guirnaldas. La bruma es gris, como gris es el humo que se persigue con las nubes, como gris es el recorrido estelar que se ve tras las ventanas, como el cristal translúcido que mira en las cortinas cómo Pegaso recorre las planicies.
En el inventario me dirás quién soy, quién hay detrás de mi mirada, quién se envuelve entre tus brazos, quién te llora, quién se ríe hasta llegar a lo más hondo del amor.
Quizás es una quimera recordarte, poseer hasta el último átomo de tus ojos, volar en las enredaderas de tus manos, llegarte y decirte que en mis labios hay un sitio para ti, para que permanezcas en mi sangre.

martes, 15 de diciembre de 2015

Hay un río

Hay un nido en el lecho de ese mismo río donde se permite que la sangre corra en el mismo límite que las aves han vencido.
Hay un amor que se enamora de los mismos ojos con que lo miran, desde la mirada hasta la posada donde el Amado espera que la Amada vuelva.
Hay un corazón tan grande que no cabe entre los pechos, y que se da en los besos y en la sangre que corre en ese mismo río que es desde un principio el agua mansa de todos los volcanes que estallan.
Hay un desierto que verdece de nuevo entre los soles, entre las flores que nacen, renacen de entre las manos que guardan silencio.
Hay unos labios dispuestos a besar el negro de la noche, labios y faros de motos y coches que invaden la oscuridad con sus cruces de luz.
Hay un misterio que no deja de ser sueño. Palpítame, amor, en los acantilados, en esas rocas que estallan entre las rosas con esquirlas de amapola.

Moriré en tus brazos

Amor, moriré en tus brazos cuando el alba deje de sangrar, cuando cante el estornino y su trinar me envuelva con las flores que me diste, las que eran blancas y yacían en el beso, y en su blancura había un negro tallo que las rendía con la noche.
Amor, mi corazón es un contrapunto de miradas, un crisantemo aposentado en el extremo de tus lágrimas, un mirador donde el mar crece enamorado, unas flores que el tiempo me secó de entre los labios.
Me abrazarás un poco y mis orejas dejarán de tener frío. Me dirás palabras en silencio, y el silencio florecerá en esas palabras. Serán mudas y perennes, y sus hojas verdecerán el deseo que es rojo entre mis piernas.
Hay una sangre que se quema al renacer, un murmullo que queda en las cenizas, un Fénix que se alza de la tierra, del árbol de la tierra y arde en sus raíces. Las ramas llegan hasta el cielo donde el ave vuela en su extensión de pájaro y latido.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Viene la nieve

Amor, viene la nieve y tus huellas no la pisan. Estás allí, donde duermen las luciérnagas, donde las estrellas no iluminan, donde los mares mueren por carencia de sal, y la sustancia que da la sal está en mis ojos con las lágrimas.
Amor, el agua se aprisiona en el curso de los ríos, queda yerta, congelada, se ahoga en el pulso del invierno, y en el hielo permanece.
Amor, me besas en esas rosas tardías que el frío no quemó, en esas brasas que subyacen del verano, en ese palpitar que se encarna en el solsticio y que en el solsticio se acrecienta.
Amurallada, siento tu beso como un trinar de flores, siento tu boca como una ocarina y tus labios como la oración callada de diciembre que va avanzando en el Adviento.
El amanecer me vence, entre ese sol que aparecía entre tus piernas, en esa aurora entenebrecida, con el rocío que cae sobre el reflejo lunar de tu mirada, en esa plata que se extiende por tu cuerpo y que me da el oro de todas las alucinaciones.

Tu sangre

Amor, tu sangre es mi camino. Arderá el monte el día en que regreses, las cimas se deshelarán y a cielo raso caerán los ángeles con la mecha hidratada por la cera.
Amor, descubres en mis ojos como el velo se parece al pelaje del armiño, como el blanco se oscurece cuando el suelo se llena de mandrágoras, y la mirada se me tiñe de azul, como tus ojos.
En qué estuarios me perdí cuando ya no me llamabas, qué cunas visité buscando tus pupilas, qué lejos derramaste el agua en que los cisnes bailaron al morir.
Amor de grandes dunas y de estepas, ¿ves cómo el beso que me das se me enamora y no quiero otro beso que tus labios?
¿Ves cómo la luna se aposenta entre mis dedos, en los huecos de mis manos?
¿Sientes cómo se inmiscuye el amor entre las huellas que orientan el poniente?
Cómo mi corazón es de escarcha y la sangre se me calienta al respirar el rastro de tus venas.

En mi alma

Amor, en mi alma vive la blancura, el acento de los ángeles. Como un fruto que terminas de comer, sí es la humedad del beso, esa manzana comida entre los dos y que nos robó del paraíso.
Me quiero junto a ti, fuera del edén, a lo largo de ese río que se extiende junto al caudal del cielo y que lentamente nos transcurre.
Amor que envuelves el mismo torbellino que te crea, amor que eres amor por encima de las rosas, por encima de las lilas, porque te cubres con las flores que me nacen en las ingles y son tuyas.
Amor, que careces de las sombras, que vienes por los lugares en que el corazón se enciende solitario, dime si en todas esas flores encuentras cómo vive el frío entre las lápidas, cómo más allá de la tierra hay un mar donde morir es necesario.
Amor, contigo las deforestaciones son más bellas que la fecundidad, las luciérnagas son diurnas y se exclaman en el sol. Escancian su luz en el silencio, donde las sombras callan y se abrasan.

domingo, 13 de diciembre de 2015

En las planicies

Amor, en las planicies hay una plantación de flores. Las flores oscuras, tocadas por la mano de los muertos.
Se derraman entre túneles donde la luz no es bendecida. Son las flores que crecen a lo largo del dolor, cuando el pensamiento se envuelve en la tristeza.
Amor, no estás, y conmigo te siento en las bandadas en que vienen los peces, en las escaladas de que es capaz el saltamontes, en las lágrimas que derraman las culebras en su cambio de piel, cuando ninguna luz las ilumina.
En la tierra soy despojo del dolor, el que me cubre con salvia y con almendras, el que desespera de encontrar el reguero de polvo en que las estrellas permanecen.
Amor, que giras en tu propio palpitar, que tú mismo ardes, dame las cenizas de tus llamas. Me bañaré con ellas y con el aceite de la consumación.
Amor, que vienes y te vas cuando alzo mi voz del lodazal, cuando me viene la palabra y en los escombros de la luna encuentro tu memoria.

En estas latitudes

Amor, en estas latitudes sobrevivo mientras la luz se va ocultando, mientras la siembra se termina y nace el frío como del fondo de las aguas.
Amor, condúceme hacia el cielo donde escribo tu nombre con estrellas, llévame y expande el polvo de los ángeles, el que usan para mirar el regadío, y regalarte la brisa con la escarcha.
En estas noches que recortan el filo de la tarde, en esta oscuridad en que se evita la luz adolescente, dime si no me permanecen las libélulas que se quedan en la luz y la persiguen.
Amor, en qué circunvalaciones me llevaste, con ese palpitar, con esa llama que se envuelve en hiedra, como esa hierba que me crece en tu mirada.
Como una amapola que sólo se abriera en la negrura, como esa hoja del árbol en la que el negro se respira, soy más blanca que el caudal de la luna, más tierna que el brote del cerezo, más limpia que el rocío.
Como las piedras soy dura, tallada en la memoria del dolor, y yuxtapuesta, enamorada del lobo y de su rosa, del azul de tus ojos, y tu risa.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Hay una nave

Amor, hay una nave que resiste entre las fulguraciones del frío. Está llena de batracios, ranas que sueñan siendo ranas con insectos, con el lodo, con el agua redentora, que las llevará a la balsa donde podrán saltar en pos de las libélulas.
Yo también salto por si vuelo. Por si me salen alas en las manos, por si tengo plumas en los pies y al pisar el suelo piso el nido de las bandadas de cigüeñas, y allí en lo alto escucho el repicar de las campanas como una canción que se ausenta de mis párpados.
Amor, me alzo en ese vuelo, para caer después desde el mismo cielo donde están tus ojos que me dan las alas, y yo oscurezco las mismas nubes que me dan la lluvia, ese agua que es alba entre mis manos, esa sangre que es más sangre todavía que el vino consagrado, ese mar partido en dos por el que paso con las heridas lacerantes de una yegua recién parida, el latido constante de una respiración amante. Amor, en tu ausencia canto, río y lloro, deseando llegar al sitio donde están tus labios, deseando el beso que me darás cuando el campo santo cierre sus puertas a los muertos.

He llegado

Amor, he llegado a la estrella para verte, para contemplar en tus ojos lo invisible.
Amor, cómo te quedas en mi casa, cómo me duras, como si en la repetición de la palabra hubiera un acento mágico, como si viniese un hada y me dijera que en ti se cumplen las promesas.
Hay una ablución en este amor que es inmarcesible. Es de agua pero también de brisa, y lleva en el aire el candor de aquello que intuimos sin poder llegarlo a ver, mas lo sentimos en la inocencia de la piel, en la pureza.
En mí hay un corazón de niña que desea jugar con tus besos y tu pelo, que se ensortija entre tus ingles, y te ama. En mí palpita el mar entre las olas, y en la alegría de la espuma con que ríe se esconde tu pecho de varón, tu latir de hombre tras los pasos de las garzas otoñales.
Amor de santo y seña, de colmenar añejo, guardas las lilas secas y recuerdas su olor, y el deseo de su olor, y el tacto de su olor, ese aroma que se desprende cuando las flores sueñan, y en esos sueños vuelven a crecer en la ternura de una tierra amante y húmeda.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Vendrán pronto

Amor, vendrán pronto los inicios del invierno. Con las hojas secas se vestirá de frío, y con la nieve se desnudará de esta oscuridad que nos mantiene en la calma de la muerte.
Amor, el invierno vendrá pronto, entre caballos negros y alazanes blancos que convierten el trote en la danza de los hielos.
En esa intemperie congelada, en esos bríos que se estancan en las cimas, en esos ríos que dejan de correr hay un pulso de corazón que vive sepultado en el amor.
El amor es como una tumba abierta en el suelo, en ese suelo duro, seco, que germina en el silencio.
Hay una sobredosis de escarcha en ese cielo que se cierra por la tarde, una noche que impregna el rocío de un alba tardía y húmeda por el brocal del sueño, un sueño que ofrece flores cuando pasa al lado del que duerme, y durmiendo sueña ese mismo sueño ofreciendo flores, y las recoge, y las pone en un jarrón. Son flores blancas, flores que nacen nevadas, flores de esa oscuridad que permanece, y que se nombra a sí misma en el blancura. En ella palpita y se convierte en noche.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

En estos vestigios

Y el segundo, tambien sin acentos...

Amor, en estos vestigios que perecen, en estas heredades, donde estaran las mariposas, donde se escondera el recelo hacia los petalos marchitos que se nos deshacen en las manos como la hojarasca caida en este otono que no entiende de flores en sus noches.
Amor, la luz se va menguando, cada vez esta todo mas oscuro, cada vez hay mas penumbra, y la negrura termina por invadir todo el sembrado.
Amor, no me dejes sola. Ven, abrazame, dime que amas este utero esteril, que mi fecundidad esta en mi sangre, y que en mi sangre te complaces.
Amor de hiedra, de piedra conquistada, de roca alta y orgullosa, hay un camino en el fondo del agua que lleva a las naves al vacio. Es una senda mojada por el rocio de las olas.
En ese agua te llevare conmigo. Te llevare a los confines mismos donde el agua se termina, donde solo hay un desierto pedregoso, con palmeras y camellos. Sus jorobas nos seran las sillas y la palmera sera nuestro alimento.

En los hijos te vivi

Un poema sin acentos, se me ha desconfigurado el teclado...

Amor, en los hijos te vivi, entre las amazonas que suspiraban por tu nombre. Quisieron cortarme uno de los pechos. Me negue. Mis pechos eran mios, en la pulsacion del aire, en las circunvalaciones del amor, donde los arboles daban sombra y la quitaban.
En la sustancia hay una sangre oculta. Entre la materia se esconde el corazon de todo aquello que pervive, de lo que se eterniza entre la luz, y entre la luz se mueve, agitandose en una danza imperecedera.
En esos hijos que pari y que abandone en tu intemperie habia nitrato con glucosa, una mezcla de amor y decadencia. Los converti en pecios de un naufragio que aun no se habia producido, un declinar de las banderas, una muerte que devoraba a los pequenos, que se comia los liquenes de su frente y los cubria con sus huesos.
Amor, en esos ninos se encarnaba el Minotauro. Esos ninos eran mi fiebre, mi deseo, mi sexo pudriendose entre las placentas, mi odio descarnado.

martes, 8 de diciembre de 2015

Hay una cruz

Hay una cruz en la pared labrada por el sol. Su esencia es de mar, y son gotitas del océano que cubren de espuma el recorrido de una sangre ausente.
Amor, en qué estratos, en qué sendas olvidas a aquella que seré, la que pronuncia el Nombre y a la que la serpiente decidió inocular el veneno antiguo de lo que piensa y sabe.
En la cumbre del Amor hay un águila que espera. Veo en sus ojos el anillo que prometiste me darías, con el que sellaste la tumba del albatros, el que no podía ir en la nave del marino, en la embarcación destinada a la zozobra que se ancló en el mismo mar que navegaba.
Amor, en ese anillo me grabaste. Pusiste mis labios que cerraste con un beso, y que abrirá la hierba cuando el corazón lata despacito, como un pequeño bucle que corriese hacia su fin sin conocer la danza de la muerte.
En esas piedras que alguien levantó hay hormigas que recorren la proximidad del invierno, cuando el sol luce pequeñito y entre la tierra se encuentra el deseo de ser la madre de las ensoñaciones.

Extraño

Amor, hay un extraño encantamiento en esa luz que va encorvándose, que silente va surgiendo, y como las alas del murciélago la noche va extendiéndose a través de las estrellas.
Amor, en este desvarío diminuto en que los ángeles son visibles, hay un espolvorear de astros en el cielo. Como partículas pequeñas los vemos renacer y en esa madrugada que nos viene se acumulan como hiedras.
Amor, el silencio de tus labios es el acento con que los árboles se besan. Cómo las ramas y las hojas se florecen.
En esos intervalos en que el tiempo fluye, hay una distancia abrasadora, un largo recoveco de caminos con una sola encrucijada.
Amor, me traes la brisa de los prados donde los pétalos permanecen, donde esperan amanecer la primavera cuando los trigales se eleven para la mayor gloria y alabanza, en un sacrificio bendito de la tierra.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Anduve por las cimas

Amor, anduve por las cimas, por los riscos, anduve por los cielos estrellados y ya te habías ido. Detrás de las columnas de las nubes sólo había lluvia, sólo un agua derramándose en las esquinas del viento, sólo las gotas y la nieve que caían dulcemente y anegaban la tierra, la inundaban y estremecían el paso de tus huellas.
Amor, preparé la cena. Unté el pan con el aceite. Puse aceitunas negras. Bacalao y un par de huevos duros. Esperé. Esperé a que tu alma quisiera reposar y volver a nuestra casa. Esperé a que las nubes dejaran de ser agua. Esperé que el viento se calmase y que la brisa me trajese tu nombre con los nombres de las bestias, las que rodeaban el fuego, y me lamían.
Mi Amado, avanzan las noches con sus rutas, avanzan los astros y en el retroceso en que el hoy se vuelve ayer estás ahí, mi amor, con las transparencias de una piel en que me miro, en los pliegues de tu boca, en los secretos que guardas bajo los párpados amantes, en esas ingles que un día me entregaste y que hoy son la mayor de mis imaginaciones.

Hay un fluir

Amor, hay un fluir que se mece en las sombras de los días, ahora que son cortos y en penumbra. La mañana despierta con los hojas ocres de un invierno a punto de nacer, un cestillo que hicieron los gorriones mientras el otoño transcurría, con sus picos de aves y sus alas.
Amor de tejados, te persigo en la lejanía de tus ojos, siguiendo tu mirada, yendo más allá de tus pupilas, extrañándote.
Mi Amado, se levantan las cercas del jardín y se entra por las rosas, se entra por las raíces de las rosas, pisando tierra firme, estremecida por los pasos de la luz de las estrellas.
Dónde están las montañas que nevaste, dónde la lluvia que cayó por ti en mi regazo, dónde el mar que te alejó de mis pisadas, dónde el amor que me corroe.
Hay un hechizo en el tiempo que transcurre. Pasa y vuelve, como si un día repitiera otro día, como si el lecho fuese siempre el mismo, como si las mismas flores nacieran nuevamente, como si al encarnarse con los pétalos la muerte dejara de ser la mensajera.

viernes, 4 de diciembre de 2015

En qué tiempo

Amor, en qué tiempo florecieron las mimosas. Se aletargaron. Pareció que la sangre les latía como si profetizaran el adiós, como si fueran flores para adornar las tumbas de los vivos, esos sarcófagos que viven la costumbre entre sus manos como un pan caliente.
Prendí un ramo de invierno en la cintura, un ramo de frío, de escarcha penetrante, y me subía por la piel y descendía los tramos donde el hielo levitaba, como si la nieve pudiese ascender hasta los cielos donde cae.
Amor, será la profeta de tu nombre, la que anunciará tu venida, y cuando llegues me postraré en el pesebre de tus labios, en el rocío inmenso de tu boca. Te miraré. El tiempo seguirá girando junto a mí y me envolverá en sus trinos de reloj, cuando llegue el momento de la muerte.
Mi Amado, qué volcán me cubrirá con su lava mortecina, qué hambre disparará sus montículos cenicientos, y qué barro echarán sobre mí, qué lluvia lavará los restos de mi cuerpo.
Mi Amado, náceme, envuélveme en tu vello, en tu pecho de varón, en tus ingles de agua.

Me levanté

Amor, me levanté. Cruzabas desde lejos, desde la huella infinita donde el agua se te reflejaba en los ojos, y con ella me mirabas como si la misma mañana me mirase desde las fronteras de la aurora.
Amor, qué renacida despierto entre tus brazos, qué colisiones se elevan con tus besos, qué afluentes acuden con tu voz, qué cuerdas se desatan.
Amor, entre los cuerpos cultivo la penumbra. Ahora, que se acerca el solsticio nuevamente, siento como esa oscuridad se me aproxima, cómo la negrura se hace carne y se desvive por habitar el alma de los pájaros.
Vivo detrás de mi corazón. La sangre se me espesa y me fluye el líquido amniótico.
Soy la amante, la que te anidaba, la que construía un dique como una fortaleza donde besar tus labios, donde vestir las uñas y llevarme conmigo todo el sol, para que sólo a mí me iluminara, para que vieras gota a gota mi desnudez y yo fuera para ti la vestal que guarda el nudo de las constelaciones.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Cómo se cruzan las hespérides

Amor, ves cómo se cruzan las hespérides. Mira cómo crecen las petunias. Hace calor en este otoño con diciembre a punto de nacer, con los brotes que esperan las crisálidas y con las flores que se vuelven mariposas.
Te mueves en los lindes de las ciénagas, allí donde no hay barro todavía, donde el agua permanece siendo agua y el cielo se estremece por nosotros.
Vendrás cuando la noche se convierta en madrugada, cuando la madrugada sea aurora, cuando el alba repique, y por la tarde se irán a enterrar los crisantemos la agonía de los muertos.
Las hojas de luz tiñen el camino con las hiedras. Te regalé una enredadera, para que la pusieras en el ojal, para que supieses que la raíz debajo de la tierra se agrupa humedecida.
Tú me diste el mundo, el que gira y gira sin parar, el que temblando desfallece, es muy oscuro, y de esa oscuridad nace el azul del viento y de la brisa.
Amor, hay pétalos en el alma que miran desde los frescos de colores, desde el balcón abierto donde los pájaros divisan el origen de sus propios nidos.

Un instante

Amor, hay un instante en que el destierro se evade de las sombras. Como un exilio imaginario, bajo las piedras hay un destino que te recorre los pies, las uñas de los pies, las pieles de las uñas, los abrazos de los dedos, los besos en los dedos y en los pies, las libaciones del vino.
Amor, sé de la sed, conozco sus senderos, los abrevaderos en que para, el agua que aparece, el latido que se asombra en la sangre ahíta.
Llené de piedras los canastos hasta flambear la madrugada, hasta luchar con la penumbra y entrever el tono rojizo que los astros le dan a la nocturnidad, sus flores azabaches y sus árboles sombríos.
Amor, hay un cúmulo de cigüeñas tras mi espalda, allá arriba donde los monaguillos se dejan los rosarios.
Esas cigüeñas recién paridas me traen letras con tu nombre como hogazas de pan, el pan de los creyentes. Bebo del jugo de la arena, de la humedad de la arena, de la sangre del pájaro que muere en la arena, y de su corazón.

martes, 1 de diciembre de 2015

Enfilaste

Amor, enfilaste el camino de las dudas. Te diste a las sirenas que no cantan, que envuelven tu piel en sus escamas y y devoran esas noches que son negras, cuando ningún astro pulula por el cielo.
Vi esas sirenas, las vi rodeando tu hermosura, comiendo la luz que me traías y que se extravió en sus bocas acostumbradas al silencio.
Comían de tus ojos, de la luz que les dolía, y era una luminosidad sagrada, unas lágrimas bendecidas por el mar en que habitaban, extranjeras y extrañas en el mismo mar en que vivían.
Resguardaste tu mirada. La envolviste con tus párpados. Y cuando volviste a mí me la entregaste y sólo con tus ojos yo bebía de la maraña que el deseo apretujó, y ese deseo volvía a ser mío, volvía a declararse en mis caderas, se me aposentaba en la cintura y se me consumía en esas ingles que ansiaban tu respuesta.
En este diciembre que empieza y se acerca hacia el solsticio, tú también te acercas, en una Natividad constante, como si el Osiris que te nace me encontrara y yo siempre uniera tus pedazos.

Junto a tus pies

Amor, junto a tus pies encuentro el ansia, el modo de volcarme hacia el deseo, la manera en que el amor se constituye en un ramo de anacondas, cuando el cristal es una retina en que se quedan fijados los anhelos.
Ese beso que te di, el que fue el último, no sabe de mensajes. No entiende las palabras. Sólo es beso, sólo los labios que se dan, las lenguas que palpitan, los dientes que tiemblan, las encías que sostienen, así el beso carece de palabras aunque se dé en la boca.
El cielo es como un nudo que se cierra. Se atan las nubes con pedazos de alas. Vuelan arraigadas a las plumas, mientras yo construyo la casa con geranios arraigados a la tierra.
Entre las sombras, la oscuridad. Entre los sables, las espadas. Entre nosotros, el mismo alba que renace y la misma noche que se encarna en la luna. Entre nosotros miles de estrellas fallecidas, voces que se desatan cuando la sangre llega y pide su tributo de mancebos y doncellas.