sábado, 30 de enero de 2016

Qué riendas

Amor, qué riendas me dieron los caminos que me fui cuando me amabas, y lloré, lloré con tus lágrimas y me bebí tu sangre que caía por los latidos de un corazón que vivía por tu ausencia.
Amor, me fui cuando me amabas y era tuya, y aunque me fuera seguía estando en ti, enlazada entre tus ingles, acontecida por tus besos.
Quise irme para volver, y volviendo amarte quedamente, como se mira los nidos de los pájaros, con la devoción con que se ama a las quimeras, y en mi imaginación eras más blanco, más rubio y tus ojos más azules que el océano que se beben.
Amor, como un nenúfar voy a la deriva para encontrarme después entre tus brazos.
Qué labios nos dio la noche para susurrar dulcemente el mismo roce de la lluvia.
Hilvané las flores en penumbra para que en ti se iluminaran, y en las cuevas dejé las antorchas encendidas para que de día se apagasen, para que el fuego nos diese la sombra de sus llamas y en esa sombra desnudarnos.

Hay un embalse

Amor, hay un embalse en la cumbre que se ciega cuando hay luna, que está lleno de un agua que se encarna en esa noche transparente, en esa noche que dormita y que se sueña con el tiritar de las estrellas.
Amor, hay luz, una luz enorme que surge de tus ojos, y que vislumbra entre los resquicios de la oscuridad una blancura que es la blancura de los ángeles, de las estepas heladas y que oscurece la nieve cuando cae.
Amor, me visten las flores, me viste tu mirada, que desnuda las profundidades de este corazón que busca la penumbra para ver en ella la sustancia más líquida que envuelve las membranas, en ese mar que es ausencia de oleaje, ese mar que carece de mareas y que en las llamas se cubre de ceniza.
Estás en mí. Tus ingles me dan la profecía, la que habla del amor, y comulgo en ti, y te devoro.
Renaces en mi pecho, y con tus pétalos me entregas lo que alumbra, y como un árbol que es savia y resina con raíces, somos hojas y frutos de sus ramas.

viernes, 29 de enero de 2016

Qué hay en las palabras

Amor, qué hay en las palabras que se estremecen de frío, qué hay en los nombres que acontecen.
Si mi cuerpo es un sudario, ¿dónde se inocula la sangre que me diste? ¿Dónde el beso que se desvanece entre las flores al pie de los sagrarios?
Amor, mi cuerpo resucita, y cuando se cumpla lo que yo profeticé, la aurora ignorará que la muerte viene por la noche.
Tu latido es el pulso que en la mañana se hace fuerte, y en la yugular te me amaneces, como si el sol te habitara y de tus ojos se iluminase todo el cielo.
En tus ojos, el cielo; en tu mirada la pavesa que responde al porqué del amor, en ese fulgor que se anuncia cuando besas, cuando amas derrotando la tiniebla, y en tus labios guardas el secreto que a veces gritan los heraldos, los heraldos blancos de los amaneceres, los que guardan el crepúsculo, los que duermen por la noche y sueñan con las guitarras de los ángeles.

Te oí

Amor, te oí cuando las voces susurraban que ibas a volver. En los árboles las ramas florecían con los tréboles y el frío declinaba, como si siempre creciera el mediodía.
En tu piel surgían los lunares y yo los devoraba. Era mi hambre un lupanar desierto, una lujuria desmedida, que se iniciaba en el nombre del amor, y que descendía a la hondonada donde encontré tu corazón.
En las alas de las mariposas vi cómo se reflejaba tu mirada, cómo el ayer se revestía de tus ojos, cómo la lluvia todo lo llenó con el agua del instinto.
Amor, entre las piedras dibujé tu cuerpo. Lo encendí con llamas diminutas que ardieron en el nombre que el Cristo derramó, en la derrota oscura en que la cruz murió ensangrentada.
Mi hombre, los ángeles marcarán el firmamento. Lo envolverán con flores. Se citarán en ese cielo que nació azul, como tus ojos.

jueves, 28 de enero de 2016

Me embellecí

Amor, me embellecí. Corté las flores del ocaso y las dejé en los pies de nuestro lecho, para que resguardasen el brocal de donde salía el agua, para que el alma fuera transparente.
Amor, me desnudé en la hierba. Fulguraba. La vi brillar entre sentencias, entre orillas olvidadas.
Te di mis temblores, los miedos más profundos, las carencias, y me los devolviste puros y magníficos.
Me descubrí en tus ojos. Amor, qué hay en la ausencia que se esconde y no me duele, que puedo esperar por tu mirada, que no importa el tiempo que suceda, que no hay extravío en el latir de las estrellas.
Mi hermosura, hay en el corazón un poso amargo. Es el deseo, y el miedo del deseo. En ti soy como ese pájaro poderoso que no teme sobrevolarse en las alturas, con cada vez más alas, y en las membranas cartilaginosas una fuente que no cesa, y en la fuente un aire cristalino, y en el aire un amor enorme.

Subí

Amor, subí eternamente por las cimas. Pensaba que un día, levantada, llegaría hasta lo alto, y allí reposaría, al ver el cielo cerca, y esos astros que se observan en la plenitud de un corazón sumergido entre la nieve.
Amor, subí y seguí subiendo. La cumbre estaba cada vez más alejada. No me di cuenta de que la vida es ascender la cordillera mientras sorteas en las rocas el musgo húmedo, y en ese solitario caminarse descubres cómo se entierra todo el odio, y que el odio no es otra cosa que la mierda
Amor, subir es desnudarse. Amar es guarecerse. Ir al encuentro de los ángeles, dominando la sombra eterna que quiere inmiscuirse entre las flores.
Mi Amado, hay un renacerse mientras subes. La piel debe mudarse al ritmo del fragor de otro latido, de otra sangre, de un cuerpo distinto del que fue.
Tú me has dado la argamasa, el cemento, las baldosas. Me has dado la pintura. Me has dado el mismo lienzo donde cincelarme la mirada.

miércoles, 27 de enero de 2016

Caminé

Caminé. Anduve por el mundo. Florecí. Y en mis flores se posó un espejismo, una mirada que todo lo llenó. En tus ojos vi que el transcurso del río era eterno, y me quedé en la orilla de aquel mar que era mi madre, y que en su hondura permanecía intacto.
Amor, me transcendí. En tu sangre vivía el mismo corazón que la llenaba, y los pulmones eran las hojas que respiraron el ayer, y limpio de impurezas, quedó liso como el espejo de las aguas.
Mi Amado, hay un impulso que mueve a las luciérnagas. Son pequeñas luces que van en derredor buscando el origen de la luz, buscando unos dedos que acaricien su memoria de animal iluminado.
Me perdí en el mar oscuro en que el recuerdo detenía la amapola. Lo corté, como se cortan los pimientos, a trocitos diminutos, y olvidé.
Mi cuerpo renació en el filo de tu cuerpo, como una campana por los aires, como una cigüeña en ese campanario, como la cría de la alondra que escucha el trino de las ramas, con las ramas volteando los nidos pequeños, hechos con tierra y con saliva, como tus besos.

¿Sientes...?

Mi Amado, ¿sientes en mi cuerpo las huellas que dejaste? ¿Sientes en la boca cómo me laten esos besos que recorriste con los labios?
Amor, te pedí el agua, y me la diste. Te pedí el fuego, y llameaste. Te pedí el aire, y respirabas a mi alrededor entre las flores. Te pedí la tierra finalmente, y la plantaste, y los árboles fueron para mí, para reposar entre las hojas, para beber de su resina y regalarme con su ámbar.
Amor, si la piel se me levanta, si en las ingles el deseo se enardece, si eres el mismo origen de los pétalos que se abren en la carne, tu nombre es el fruto de un delirio entre la fruta, entre los corazones que amnistían las palabras, en el alma que es digna de su verbo, en la luz que se amuralla entre las sombras y que grita su presencia en la blancura, y que a sí misma se oscurece por las noches.
Amor de un solo despertar, que uniste los fragmentos, que quebraste un ayer desmoronado, dame ahora el mismo cielo que miro por tus ojos.

martes, 26 de enero de 2016

Hay una latitud

Amor, hay una latitud que me concierne: es la que se lleva mis recuerdos, la que los entierra entre tus besos.
En tus labios fluye el mundo que se adormece cada noche y que despierta entre las sábanas que la aurora se olvidó en los armarios de donde sale el alba, de esos cajones que se abren y se cierran con almidón en la ropa y trocitos de lavanda.
El día nace entre susurros, y poco a poco el sol se eleva con tus ojos. Mírame amor, qué desolado quedó el paisaje de las sombras, qué desierto surgió de esas noches en que el negro todo lo llenaba, qué embalajes corté con el fluir de las estrellas.
Amor, qué pétalos nacieron desde el cielo. Eran rojos y azules y en mis manos no cabían. Los puse en los bolsillos, los guardé, pues eras tú quien me los daba, eran los ángeles que lloraban las flores del silencio.
Amor, qué dura es la caída cuando la escalera tirita en sus peldaños, cuando se mira detrás de la luz y se vislumbra la nada en la que nace.

Hay un archipiélago

Amor, hay un archipiélago en los mares de la luna. La arena es de plata renacida. La sal son las lágrimas lunares. La luna llora oscuridad, y sus simas son abismos que ignoran la luz y se retienen a sí mismas.
El archipiélago se cubre de esmeraldas. Devastan la luz que las mira. Y son ellas devastadas. Luzbel las llevó en el pecho y las derramó cuando se exilió en los infiernos.
Amor, qué hermosuras me nacen en la piel y en sus cuevas se me esconden. Son como frutos de árbol que transciende el tener ramas y hojas.
Los rumores son cálidos, y se atenúan en sus brisas. Es la palabra del Cordero, la sangre de este verbo que nació cuando crucificaban las estrellas.
Amor, ¿qué palpitación oculta el mar? ¿Qué ancla se ve desde el naufragio? ¿Qué crece debajo de las flores? ¿Qué flores te reviven? En mi pensamiento aparecen las violetas como las últimas flores que dará la primavera.

lunes, 25 de enero de 2016

Me laten las sombras

Amor, me laten las sombras. Enmudezco. Las palabras son como oraciones que desgrano lentamente, oraciones que musito y que se encienden entre vasos vacíos y colillas, oraciones que llegan hasta la carretera, y el asfalto es pródigo en las ruedas de esos coches que pasan sin cesar, sin cansarse, y cuando llegan a destino se detienen.
Me detengo. Intento invocar la quietud. La mansedumbre. Intento que la soledad se llene de silencio.
Las luces entretienen la mirada que se dirige hacia tus ojos. Se posan en mis ingles y devienen pájaros que buscan a otros pájaros y que volarán desde mis manos.
Es éste el sudor del invierno, el que se aloja en las axilas, y las moja con sal y con la costumbre de la sal, aromadas con incienso.
Amor, la luna muere en el estanque donde el lobo la miraba. La luna muere entre la sangre que el cielo decretó con su peaje.

En este enero

Amor, en este enero renacido que termina, en este invierno cálido, tiritan las llamas frente a ti, se agostan los retoños y fluyen los caminos.
Amor, se apagaron las hogueras. Revivieron. En tus manos se deshace la ceniza, y cobra vida, como si el fuego fuera una derrota, como si el deseo se encendiera y acabara con las huellas que vibran más allá de las estrellas.
Mi niño, hay dolor entre mis dedos. Adolezco de distancia, añoro los barcos que se mecían junto a mí, que eran sombras de las naves que un día abandonaron mi cuerpo estremecido.
Amor, en las cimas olvidé la nieve, la nieve con su lumbre, con esa sustancia en la que arden las semillas de amapola, el hielo que se quiebra al despertar la hierba de sus hoyos.
Mi hombre, los cielos se están quietos. En ellos se eleva la hermosura, la que en ti me sucedió, la que le dio a mis ojos luminarias que ven más allá de los vencejos, que llegan al oasis donde las flores se miran en tus ojos.

domingo, 24 de enero de 2016

Las sombras disminuyen

Amor, las sombras disminuyen. Un día sólo quedará tus ojos junto al fuego, sólo tu mirar impregnado de ese azul que envuelve la tierra y que es el cielo.
Amor, sé que la penumbra contiene fortaleza. Es potente y enigmática, y en sus olas, enormes como un mar, se esconden los posos que la luna dejó en sus utensilios.
Amor, las luciérnagas se refugian en los nidos. Apagan las hogueras. Se cubren de ceniza.
Amor, en estas flores se apagan los recuerdos. Son como la sal que queda tras las lágrimas. Son como el viento que cesa de quejarse y deja tras de sí los envoltorios.
Amor, sostienes mi cayado. Eres mi nombre, el nombre con que escribo. Eres el verbo que en mí se hizo carne y que me habitó entre los versos.
Eres la llama en que mi memoria se ha abrasado, el árbol que me dio todos sus frutos, las alas del ángel que sollozó su dolor con su espada ígnea.

Cómo confluyen

Amor, cómo confluyen en ti las horas, desde qué lejanías me enardeces.
Sigo el pulso del trigo, el que se cubre con la lluvia, y que la lluvia sobrevuela desde el cielo, el que alimenta la tierra con su tallo de cereal sapiente.
Amor, qué dudas me asaltaron, qué miedos me vinieron; te busqué y te habías ido y en tus huellas seguí el rastro misterioso de los astros que guardaban tu secreto.
Y ahora vienes, con los gemidos desnudos, con la sangre latiendo en las venas de los pájaros, con un silencio que sólo se abre con tus ingles, que platican.
En un soplo de luz, la luz del cielo que me envía tu mirada en ese azul incomparable, un azul que es más azul que el azul de los azules y que siendo azul recuerda al ángel que cantaba, el que fumaba con la boca descubierta, y como ese ángel volátil en mis besos podrás beberte el azul de la eternidad iluminada.

Las flores vienen a buscarme

Amor, las flores vienen a buscarme. Son manojos de luz entristecida, pasiones que derraman la savia de los pájaros.
Hay lunares en sus pétalos, marcas que se dejaron con los besos, fulguraciones de corazón entre sus hojas, diminutas heridas en la levedad de su piel, y una mirada quieta.
Amor, en las raíces la resina me comprende. Sabe de este sentir iluminado por el acontecer de las estrellas.
En los ojos se abren los ojos de la lluvia, que derrama sus gotas por igual entre los hombres, que te moja y te humedece en el mismo lugar donde el amor puso su nombre, y extinguió el abecedario.
Amor, me cuestan las palabras. Te extiendes más alto que la luna, y eres más firme que la sangre.
En ti soy lo más hondo de la cueva, el insomnio que acusa la distancia, el espacio donde la espada se clavó, entre rosas y esmeraldas.

viernes, 22 de enero de 2016

En tus palpitaciones

Amor, en tus palpitaciones encuentro los caminos para llegar a ese mar imaginario que se abre frente a mí, que en sus profundidades esconde el latido de mi propio corazón.
Amor, te di mi corazón, te di mi sangre, te di la cruz, te di todo el fuego, todo el agua, te di quién soy y quién seré. Por ti soy y a ti te amo.
Amor inmarcesible en las palabras, enredadera del verbo, fluyes como las noches arraigadas, como las raíces que beben el esperma de las flores.
Mi Amado, vendrás en las ventiscas y tus besos serán mis redenciones. Serás mis vides, mis racimos, el poso de ese vino que se espesa en el lagar, y que emborracha.
Mi hombre, me asombra el deseo que me crece, que se eleva y que desciende por desiertos y por simas, del que brota el agua que me vive, del que la lluvia atesora su mirada.
Amor, en este tiempo la noche nos da su dádiva, nos entrega su silencio, las horas se inmiscuyen en los sueños, y en los sueños se guarecen las palabras.

Viene la fiebre

Amor, viene la fiebre. Es intensa, como el olor de la vendimia, y cárdena, como el miedo. Es un tránsito hacia la nada, y el vacío es una oquedad que se transforma.
Amor, la tierra crece. Cada vez hay más suelo entre mis pasos, cada vez más flores.
Se me derriten las ingles con tus aguas, me fulguran las estrellas.
Amor, que en la sangre me repites, que en tu cuerpo entras en mi carne, que me anidas, que aniquilas mi temor, que me llevas a florecer en este enero guarecido.
Mi hombre, qué silencios más puros regalaste a esa nieve que vendrá, a esa escarcha que cubre las inmensas latitudes del corazón.
Mi niño, qué azules son los océanos que se contienen en tus ojos, que blanca es la espuma de tu esperma. Los besos blancos de tus labios, los besos rojos de tu polla.
Amor, bendice estas palabras. Bendíceme con tu aliento, con tu voz, con la aurora que te vive y que regresa cada día a amanecerte.

Desperté al mundo

Amor, desperté al mundo. Vi las alambradas que surgían al lado de la luna. Vi los muros de la muerte que rodeaban las rosas que cogí, y en el centro de las amapolas que surgían en mi cuerpo también vivía esa misma muerte que había tras los muros.
La muerte me vivía, con el amor. La muerte nos habita, y se encarna en el vacío. El amor nos aparta de la muerte.
Ven, y entre mis brazos serás la última circunstancia, el último oasis de la búsqueda, la flor más roja que renace y que es la vida.
Bésame amor, entre las tetas, arruga con saliva mis pezones, serán mis pechos tu lactancia, el último soplo de un corazón que late en sueños.
Peregrinaré entre tus ingles, lameré tus interiores, buscaré tu esperma y en mi ansia la sed será un laberinto que acogerá las alas en sus cuevas, y les dará un nuevo despertar para que vuelen lejos del instinto.

Oscura palpita

Amor, oscura palpita la densidad del frío. Entre luciérnagas la luz se me inmiscuye y me crece en los silencios. Las guadañas se afilan mientras tanto como circunvalaciones poderosas.
Amor, ves en este cielo dónde están las lilas, dónde la tierra las esconde. Hay un devenir en esas flores que anticipan las tinieblas: en el agua se marchitan y se mueren.
Amor, que te escabulles en la voces de una oscuridad tardía, que nombras aconteceres insensatos que transcurren en los ojos, dime si me estallas en los pechos, dime si en tu corazón llueve el musgo de tus besos.
Alma que sufres un suceder baldío, quédate en el suceso de las rosas, allí donde en la sangre se te nombra.
Amor de amplias madrugadas, que eres rocío, alba y aurora, que llevas en ti el amanecerse de los mansos, perdona mis palabras, perdona el sacrilegio de una comunión impía.
Amor breve que llenas la inmensidad del mundo, que eres tiempo y que al tiempo vuelves, dame tus horas más amargas, dame el límite donde mi cuerpo llora.

Qué nieve

Amor, qué nieve en la distancia, qué corazón se une con el todo, cómo mi cuerpo crece en amapolas.
Amor, me diste un cáliz y lo apuré hasta llegarte, hasta sobrevenir memoria entrelazada, hasta que en mi recuerdo nacía lo invisible, y lo invisible fulguraba en cada momento de este tiempo que erosiona la nostalgia.
Amor, recojo violetas, se las doy a la sombra que aparece pidiendo su tributo.
Amor, la luz me envuelve en el camino. El fuego es luz oscurecida, llamas del hielo que se esconde en las aceras, zapatos que pisan el aleteo de esas mariposas que conciben que el amor es la estrella que cayó al abismo, a la sima que olvidó su propia oscuridad.
En los temblores revivía la blancura y me olías a jazmines, a materias irisadas, a sustancias contagiosas de ser fértiles, de llevar en su seno el aroma de todas las flores del mundo.
Amor que en mí resides y que pueblas mis instantes de demora, me das un cuerpo que devora el mismo cielo del que naces.

miércoles, 20 de enero de 2016

Hay un tránsito que acaba

Amor, hay un tránsito que acaba. Una ceremonia que se inicia. Me darás tu cuerpo, me entregarás hasta el último rescoldo de tu semen, hasta la última letanía en que tu sangre será como la que el Cristo derramó, para el perdón de los corderos.
Amor, me darás tu cuerpo. Abandonarás tu piel y será mía. Te llenarás de ausencia, cuando el gallo deje de cantar y yo te haya negado.
Amor, qué nada sin ti, que vacío inmenso sin tus ojos. Qué mirada se encontró la penumbra que me vive, y dejó de desvivirme, dejó de habitar estas manos que sólo quieren encontrar tus manos, estos labios que desean tus palabras, estas pupilas que se llenan de tus lágrimas.
Amor, qué caminos emprendí. La luz me guió entre los riscos, en los caminos empedrados, en las simas. Allí debía descubrir un campo de amapolas, donde crecen las rosas, los jacintos, las siemprevivas que sin marchitarse alojan mi corazón. La muerte es como una aurora fría que me besará la mirada que contempla el interior del amor entre tus brazos.

Esperarán las gaviotas

Amor, esperarán las gaviotas. Esperarán que el mar silbe de nuevo con el aire que lo mira, y en el pico llevarán las flores que les di para sus alas.
En este día en que la luz se acaba, hay una luz más primigenia, la que se lleva entre las manos, la que sale de los labios y se entrega con los besos.
Amor, este rocío que tengo entre las ingles es un soplo de brisa que despierta, un piélago que se extiende de mi cuerpo hacia tu cuerpo, y en este corazón que se desnudó de sueños, que se te mostró en toda su inmensidad primera, vive una sangre aún no nacida, que terminará de latir cuando me muera.
Amor, que en tus entrañas dibujaste el espejismo de la divinidad, que en la noche te escondes e iluminas esa noche con el recuerdo de la luz, dime si en mis palabras encuentras la blasfemia, si soy hereje en este amor que me apasiona, si en el camino que se abre ante mis pasos palpitan las sombras que me esperan.

martes, 19 de enero de 2016

Comulgo con tu semen

Amor, comulgo con tu semen. Tu esperma es el nido en el que busco el pico de esos pájaros que se fueron y que nunca volverán a yacer en nuestro lecho.
Amor, en esas ramas donde vive la nieve, habita el espíritu del agua, y del agua nació el deseo, un deseo de cuerpo y alma.
Amor, cuando la sombra viene es tardía, como tarde llegó este invierno, y se demora.
Amor, en estas flores que están a punto de nacer residen tus ingles y las mías, se acunan nuestros sueños de mecer la carne en otra carne que ya no es distinta.
Amor, en este día que se corona de laurel, te espero en los trigales, en los sembrados de amapolas, en la hierba que desata su fulgor entre las nubes más bajas de la lluvia.
Amor, en mí palpita el nacimiento, en mí el anhelo se convierte en esa luz primera que alumbró nuestro destino. Y en este origen, en esta llamada en que se abre la profundidad del cielo, te doy las estrellas de mis ojos, mi mirar alucinado, la hondura de mi cuerpo y su latido.

Los vencejos

Amor, los vencejos anunciaron que vendrías, que las algas serían todo con el mar, y que tú lo redimirías de corales.
Amor, cuando te fuiste, las ranas se negaron a croar en los estanques, y dejaron de ser verdes. Comían, amor, desde mis manos insectos diminutos, pequeños matorrales. Devoraban las sombras de mis pechos, los latidos ausentes de tu corazón.
Amor, te has convertido en mí, y ahora eres mi mismo ramo de amapolas. Vivo en tus ojos como vive tu mirada.
Soy tu delación, y en estas abluciones el agua sigue el camino de la hormiga, de pan y de refugio.
Amor, en el silencio que se me extiende entre los labios hay una luz súbita, y en esa luz la sangre me duele hasta la extremaunción del frío.
Tres rosas me nacen en las ingles: la rosa del delirio, la rosa que se extingue en la penumbra y la rosa que es palabra.
Amor, estas tres rosas son como presagios. En estas flores se encarnan tus pupilas como besos que la lluvia trajo y se llevó desde tus ojos.

lunes, 18 de enero de 2016

Qué oscuros

Amor, qué oscuros son los días del invierno, cuando casi crujen esas horas que vienen despacio, y son más lentas por sombrías, cómo las calles quedan húmedas, como si Dios las bendijera con sus lágrimas.
Amor, en estos días que han venido y que relucen hay un beso guardado para ti, un árbol blanco con manzanas, una espiral que esconde confesiones, secretos musitados e inaudibles.
En mi deseo se oculta la mirada. En mi cuerpo viven los enigmas de una sed insobornable.
Acallo las voces, las silencio. Sólo escucho la voz que repite tu nombre, hasta convertirse en blasfemia.
Amor, en tus labios veo cómo se dibuja la esperanza más sublime, el ansia más hermosa. Cómo el arpa no deja de tocar, cómo el violín se va desvaneciendo.
Amor, me has dado la memoria vaciando mis recuerdos, has derretido el sufrimiento con tus ojos, y has volcado en este corazón el mundo de los sueños que se cumplen.

domingo, 17 de enero de 2016

Descendió la noche

Amor, descendió la noche. Se vació de estrellas. Era pura madrugada sin los astros, sin una pequeña luz que contuviese una sola gota de la lluvia.
En ese páramo, en ese desierto de negrura, surgió el deseo. Y el deseo fue palabra, y la palabra fue la encarnación de esa luz primera que por su blancura era invisible.
Amor, qué mirada se esconde en el alumbramiento del mundo.
Sé que hay oquedades por donde se filtra el musgo, la hierba mojada, humedecida por ese agua que no cesa de brotar, por esa fuente que transparenta la sustancia.
Hay lágrimas que crecen alrededor del tiempo. Lo llenan de crisálidas, de panes florecidos, de cerezas.
¿Por quién doblan las cigüeñas? ¿Dónde desdibujarán los campanarios? ¿En qué caos se pueden encontrar las mariposas que anhelan ser las almas? ¿Qué muerte se quedará las amapolas que me nacen en las ingles? ¿Qué noche volverá a ser intensamente negra?

Viene el Réquiem

Amor, viene el Réquiem por las tardes, anticipando su negrura. Qué caudal hambriento me acompaña, cómo la oscuridad devora el cielo que la acoge.
Mi niño, en mis besos hay un espejo donde el agua se convirtió en Narciso. Nadé contracorriente, dejé que fluyera el amor entre mis brazos, y en mis piernas las cicatrices me dijeron que eras tú el que nadabas a mi lado.
La piel se llenó de promesas, de misterios, deseos y sombras, de atávicas raíces que perseguían un nudo de tierra, un árbol que creciese junto a la vid que, levantada contra el mar, me poseía.
Amor, siento cómo la voz de la arena surge del desierto, cómo la tentación es una circunstancia, y es el tiempo el que niega lo que al final será la mansedumbre.
Mi Amado, vi tu nombre en un reflejo, y el reflejo se convirtió en historia, en recuerdo de la piedra, en mordedura de sangre, en flor que se abre por las noches y que el frío no consigue penetrar. En ella vive el azul ígneo de tus ojos.

Todavía no es de noche

Amor, todavía no es de noche y las palabras fueron mensajeras. Hablaron con las sombras y como pecios que un niño se encontrara, construyeron un castillo para que el alma reposase y se durmiese.
El alma soñó que en los cristales el reflejo era como si Dios mismo se mirara, y se maravillase en su blancura, como si Dios nos amara sin memoria.
Y conociendo este amor y amándolo, ¿dónde quedan los ojos de la noche? ¿Dónde está la caricia de los pétalos?
En su inmensidad el amor discurre en un río plateado, un río que fluye detenido, que respira los peces que se mecen en su fondo, y las algas que huelen a claveles.
El río transcurre por tus ingles. En ellas vive el amor como un agua que se mueve sólo en el pulso del alma.
Mi niño, acontece la luz y todo es luz, todo fulgor, y resplandeces como un corazón que pudiera anhelar la transparencia.

Viniste y los baldíos...

Amor, viniste y los baldíos se llenaron de palabras, las palabras se llenaron con las flores, y las flores se llenaron con sus pétalos.
Amor, que proclamaste que la oscuridad sería vencida, que la noche sería luz y que la misma madrugada florecería entre mis brazos.
Amor, conseguiste que la penumbra iluminase el precipicio, que del mismo abismo surgiese la voz que todo nombra, que todo ordena ante su paso.
El amor derrotó todas las tinieblas y bebió de la sangre derramada, comió de la carne acontecida. Los besos fueron dulces como destellos diminutos, y elevaban el pulso de la eternidad.
El solsticio pasó y dejó su agua, el agua que le brotaba de la boca, sus labios besaban la enormidad del amor y veían el declive.
En las laderas los glaciares se mueven en un deslizarse imperceptible y dentro de su corazón hay un amor que los posee, un latido de una sangre que a sí misma se delata, allí donde los árboles vislumbran la sombra del ángel.

viernes, 15 de enero de 2016

Se nublan los cristales

Amor, se nublan los cristales. Veo cómo surge la ciudad, cómo huele a gasolina. El alquitrán nos transmite su costumbre. El cemento pedalea.
La lluvia golpea las aceras, inunda las cloacas y camino con el agua en las rodillas, apretando el paso entre el barro y las hojas derrotadas que hay bajo mis pies.
El frío se me incrusta como un dardo que un mar me disparara, como si pequeños icebergs se me anegasen y llegaran hasta el fondo de la piel, como reflejos de un dios desnudo.
En el hielo se contiene el amor, y en el barro la belleza. En esas hojas trituradas, convertidas en ruina se oculta su verdor, y en esas ramas que el viento quebró se esconden los brotes que dio la primavera.
Mi Amado, en la lluvia tormentosa que cae hay un abismo, un destejerse de estrellas. El agua se emborracha de viento, y en el aire hay un cúmulo de nubes que florecen.
Amor, el asfalto se convierte en un espejo donde encontrar tus ojos.

jueves, 14 de enero de 2016

Hay en mí

Amor, hay en mí un amanecer enorme, un cielo que se abre ante mis pasos, y veo cómo las huellas azuladas se despliegan en la brisa que lleva tu nombre.
Mi amor, llevo flores en el vientre, llevo ángeles en mi corazón. Mi corazón te llora, llora la sangre que vas a derramar, llora la distancia del silencio.
Enero va mediando. Nuevamente se avanza en el invierno, nuevamente la escarcha posee el último grado de la nieve, las lágrimas que la mañana deposita en el abismo más profundo de mi cuerpo.
En mi alma gimen los lobos por la muerte. En mi alma se apresuran las palomas. El amor se reduce a los castillos blancos que se intuyen en los sueños, y pasea por el bosque oscuro sin temor. Ésa es su grandeza, el caudal de su blancura.
El amor se desnuda mientras duerme. Es piel de diamante florecido, y en la laguna del cielo donde el agua no se mueve, un ángel lleva la barca hasta el cristal que reluce entre cristales, y allí vive Dios, y en el alma de Dios se mira mi alma con el espejo de tus ojos.

Inundas la savia

Amor, inundas la savia con tu semen. En tus rodillas veo el camino de la redención. Palpita en mí la sangre del Cordero.
Amor, entre espejismos vi tus ojos, en tus ojos la luz me renació, y al mirarte se aclaraba la blancura.
Era más blanca todavía que lo blanco, era blanca la sombra oscurecida, era como un sol a medianoche, iluminando la misma madrugada.
Con paso incierto las palabras me abandonan y escribo mi memoria. Escribo el recuerdo de ese alba que me latió por vez primera, cuando la sangre se iniciaba en su latido, cuando el hambre devoró todo tu cuerpo, cuando en ti divisé la figura de un Dios que creaba entre quimeras el mismo corazón que te late entre las piernas.
De ti llegó el amor, y en ti fui, en mí se unieron los cielos y la tierra, en mí los árboles empezaron a crecer y las flores fueron el alma de los ángeles, el alma de las mariposas que vislumbraban la divinidad.

miércoles, 13 de enero de 2016

Qué altas las planicies

Amor, qué altas las planicies. Los ciervos huyen de la hierba que hay bajo la nieve. Los lobos los persiguen. Hay amor en sus hocicos. Huelen la sangre, como yo te huelo entre las ingles.
Dime si ves en ese blanco cómo se encarna la ternura, cómo en la piel nacen los relámpagos que habitan la oscuridad, y hacen de esa oscuridad un territorio ávido.
Te daré una rama transparente, un oasis que refulja en medio del desierto para que el agua te mane entre las piernas.
Será dulce y la dulzura será un camino, una posesión de encrucijadas, una vía muerta donde los trenes vuelquen sus entrañas.
Será dulce caer entre tus brazos, llegar a la cima inmensa de las fosas bajo el mar, cuando el océano cubra las estrellas.
Amor, los pétalos han venido y las flores desean la penumbra. A sí mismas se oscurecen, y en ese palpitar sombrío se desuellan.

Qué lejos te confundes

Amor, qué lejos te confundes. Las nieves van a dar hasta tu origen, hasta donde mana la placenta, donde la sangre surgió como un torrente de cruces divididas.
En mí renaces con el mismo cuerpo, con la misma carne. En mí derrotas el caudal abierto de las sombras. En mí te unes con los jazmines que pongo en tu piel, y con el olor de las flores en los ojos me folla tu mirada.
Amor, que resumes cada día en cada noche, oyes cómo los búhos salpican de latidos el fondo de los árboles, cómo anidan en esas ramas que se elevan, arraigando en el mismo cielo en el que miro pasar las gaviotas.
El cielo me da la luz de tus pupilas, el azul que se comen las estrellas y que entregan cada medianoche. Mi alma se viste de ese azul, y lo contempla, se mira en tus labios, y lo besa, como se besan los amantes, los que le dan a la luna el blanco espejo de la nada.

martes, 12 de enero de 2016

Se me rompen las rosas

Amor, se me rompen las rosas. Se me quiebran. Me laten en los pechos. Estas tardes oscuras me acompañan en el gemido de la ausencia.
Al encontrarte, se callan los pájaros, el mar se extiende y sus olas palpitan entre miles de amapolas. Junto a ti, las flores me cubren por entero y eres mi alma, y en tus ojos comprendo la promesa. En tus ojos comprendo que el amor es la entrega de la dádiva, la divinidad que no cesa de fluir y que comprende esos sueños en que la imaginación no es otra cosa que el mismo amor crucificado.
El deseo es como un agua que embravece en la medida que late, un corazón entre las piernas entre las que anochece, una madrugada envuelta en astros que aceleran su paso, una luna que se abre entre sus mares.
Concha de sal abierta, hielo que tiembla en su propio frío, gelidez que anuncia la venida del alba, se me anuda el rocío, se me cae la escarcha, todo es plata y luz de plata. En ti las estrellas renacen de su propio negro.

Se me abre el humedal

Se me abre el humedal, se me entrega una loca pasión iluminada. Mi hombre, llegaremos juntos hasta el río que detendrá sus aguas, nos cubrirá con las noches que hay en los azares, y el azar jurará sobre promesas y entre promesas dirá nuestro destino.
Amor, en tus ojos veo cómo el mar se desentiende. Es un mar para bañarse y cubrirse con el tiempo. Cubrirse con la sal que no transcurre, en las aguas eternas que se mueven de forma inadvertida, donde los barcos grises varan y donde los ángeles los guían.
Amor, las flores se me encienden. Ansío tu cuerpo y en tu alma encuentro lluvia amanecida, una aurora que permanece entre mis piernas con un deseo inagotable.
Mi primavera, lates en los nidos. Eres brisa hambrienta de viento, luz anunciadora. Te viertes sobre mí como un cielo que derrama el esperma de Dios.
Amor, cómo me unes, cómo en el barranco encuentro la claridad de tu mirada, cómo sin buscarte subí por el espejo y contemplé la cara de la eternidad.

lunes, 11 de enero de 2016

Hay una penumbra

Hay una penumbra que persiste en lo más hondo de las rosas. Es de cristal opaco, y reverente. No deja pasar ni un sólo milígramo de luz. Es la presencia del eco de la muerte.
Amor, qué muerte es la que me vive con un ramo de amapolas, qué agua de lluvia la contiene, qué beso hay en mis labios que te espera para que en mí beses la belleza.
Amor, un ramo de cielo te daré para que lo pongas en tus ojos, para que me toque tu mirada, y entre los pájaros se abismará la misma barca que se sucede en el arroyo.
Amor, todo cesa de fluir. Regreso al origen, cuando el tiempo era sólo una palabra, cuando se medía por la luz y por la arena, cuando el agua nos decía y el fuego nos amaba.
Aire líquido, nube oscura que presiente la eternidad, que lleva en las entrañas el fruto de los ángeles
Acontecer de espejos, furia desmedida, luna que presiente el vendaval, acorde que en sí lleva un deseo de nacer, un deseo en que la carne desdibuja la piel, los contornos de la piel y sus lugares, los discípulos del cuerpo.

Un sendero

Amor, hay un sendero que se abre a los presagios. La muerte lo persigue. Es un caminar de piedras, de polvo de los astros.
Amor, hay un destino que se posa junto a mí, que me lleva hacia tus labios. Es el corazón que escribe con la sangre que le late, y que concentra en sí toda la eternidad.
Los relojes no transcurren, sólo pasan. El tiempo es inexistente. Le doy cuerda al pensamiento: sólo él existe, sólo el alma.
Amor, que hay en la hondura que me pesa como si el aire no existiese, qué hay en las extensiones que sólo son desiertos, arenas profundas donde escarbar el agua.
Sobreviven los temblores, y cómo entra el frío, amor, entre mis brazos. Cómo me impulsa el cielo, cómo el vértigo fluye sin cesar cuando te pienso.
Mi Amado, la piel me fulgura y desvanece el mismo deseo que la nombra, y entre palabras está el cuerpo, nuevamente amanecido.

domingo, 10 de enero de 2016

Hay una herida

Amor, hay una herida que me lame la piel y en la piel deja de dolerme. Es más que dolor, es una acacia cristalina que desvanece la luz, que llega al cielo y que no obtiene respuesta.
La luna enmudeció y los mares se callaron, mientras las aguas perforaban el latir insomne de la noche.
Amor, que eres silencio engendrado en los océanos, cómo persiste en tus profundidades el árbol loco que creció ciego y sin sus hojas.
Amor, en este día que aparece siento como si no hubiera amanecido, como si a tu lado me muriera, como si la escarcha se posara y fuera eterna.
Amor que me dibujas a mí misma, que miro por ojos y te sufro como si me nacieran serpientes en los pechos y en las ingles me anidaran las culebras.
Amor, que eres amor y beso y plata, que me has dado el agua florecida, te doy mis lunares y mis rosas, te doy este amor para que lo guardes en tus piernas y convertida en diosa te amaré por encima del fuego.

De mí nacen

Amor, de mí nacen las crisálidas. En mí crecen y en mí mueren. Siento cómo esas golondrinas que se fueron jamás volverán a ser las mismas, como ese caudal que se detuvo se transparenta por tus ojos, cómo vuelan esas gaviotas a tus pies, y te residen.
Amor que vives en una oscuridad baldía, que sufres en la cruz y te redimes en la faz de la blancura, dime si en mis palabras encuentras un cobijo, una manta pequeña y apoyada en mi regazo, deshilachada por un tiempo que no cesa de fluir.
Amor que en ti trasciendes y te elevas por encima de un cielo cruel e indiferente, ¿ves temblar esas estrellas que nacieron al mirarte?, ¿ves en tus pupilas cómo el cáliz se te ofrece?
Amor, comulga en las arenas dónde el agua se secó, come de esa tierra hasta las heces, hasta que la amargura se vaya diluyendo en el vacío.
Amor, apóyate en mis piernas. Te daré las luces que perdiste, el holocausto en el que tiemblas.
Amor, dame una gota de tu sangre, yo te daré la sangre entera para que puedas llegar a la corriente de este amor, de la palabra de este amor que se te entrega.

sábado, 9 de enero de 2016

Hay una distancia

Amor, hay una distancia enorme que es el mismo cielo, una herida en ese cielo que brilla en el crepúsculo, un alba que se enciende en el corazón de la penumbra, y que es parto y génesis, origen, nacimiento.
Hay una extensión de arena frente a ti, un desierto, un peregrinar impío, un dolmen que se alza contra la memoria de un tiempo aciago que sólo quiere el derramamiento de la sangre.
Amor, la Magdalena lavó sus lágrimas en los pies del Cristo, y yo te lloro con un caudal de espejos, los que tú me diste para hacerme hermosa.
Amor, hay un latido que no se para, que envuelve la amargura y la convierte en dulce, y yo quisiera darte esa dulzura con un beso de madre, que los brotes tiernos que hay en mi boca te alcanzaran, y contener en ti todas las riadas, darte embarcaciones y en esas corrientes baldías que amenazan tu pecho entregarte el ungüento de todos los sueños que ya has vivido.
Y en tu vida darte el mar con todas las olas, y en la espuma escribir tu nombre.

¿Qué se encierra...?

Amor, ¿qué se encierra en la penumbra? ¿Qué hay en el amor que es más oscuro que lo que se ve en los espejos? Me diste tus ojos para ver la mirada que escondía el desierto más arcano, lo que se dibujaba en las estrellas, lo que sucedía en mi vientre y abrasaba lo que late y es eterno.
Amor, llevo un océano en el pecho, una profundidad marina, un foso lleno de caimanes que devoran lo que el alma necesita, ese alumbramiento del delirio de creer en esta luz que veo a todas horas en un cielo que me impone la impotencia.
Amor leve como un pájaro, hondo como una fuente, manantial de vida para mis labios, mar que todo lo derrota, hasta la misma muerte que vendrá envuelta en Fénix.
Noche huida, deseo que atormenta hasta la misma cruz que lo concierne, púlpito que derrama rosas en los avatares del verbo, amor que eres amor y sangre de amor, latido de ese semen que resguardas en tu seno, que es para mí, para cuando me lo quieras dar, cuando quieras entregarme tu dolor y tu tristeza.

viernes, 8 de enero de 2016

Me desnuda el viento

Amor, me desnuda el viento que pasa por tus ojos. Eres como un vergel enamorado, como una hiedra silenciosa. Te encaramas en lo alto de mi cuerpo y me das la sangre con que late mi corazón y la sustancia de ese mismo corazón, que se prendó de ti, y de tu palabra.
Amor, en la esencia de las piedras hay lunares, hay posos pequeñitos, como trocitos de café que se amontonan y crecen en mis manos. En ese polvillo de tierra con sus flores arrancan las tormentas que pelean en el cielo como pájaros sedientos.
Amor, más allá del frío tus besos me florecen, tus labios me llevan al sacramento de la unción, y entre esos mismos besos que se deciden a morir se extienden los lugares.
Hay un lugar en mí que está vacío. Se llena con tu mirada, con ese azul que tienes por pupila, que al mirarme ve cómo se me contagia el deseo del mundo.
Hay una duración en el silencio. Es de aromas, de fluir de tiempo, de esa inexistencia que brota de las ingles y que provoca en el alma un amor que no se desvanece.

Acaricia mis estrellas

Amor, acaricia mis estrellas. Ves cómo me ilumino, como si la luz me surgiese entre las piernas, como en mis ingles la luminaria nunca terminase de extinguirse.
En este alumbramiento, en esta lumbre se posan todas las flores que existieron una vez, y que, marchitas, revivieron en el cielo en una explosión inmarcesible.
Amor, vives en los estallidos de los rojos, en las plegarias de la alegría, en los aledaños de un corazón que reza por los muertos, como si los muertos pudieran comprender el deseo de ese beso que sólo da la muerte cuando ocurre.
Lluvia acaecida, caes en los ventrículos de una sangre que en sí se desvanece y deja paso al sueño, y en mi sueño los reptiles se despiertan y se aman, con la furia desmedida de sus huevos.
Amor, soy un reptil que vaga por los páramos estériles, que busca y que encuentra en tus labios la carne que se hizo alma mirándote a los ojos, y en tus ojos encontró el origen del delirio, y entre azucenas se acostó a tu lado y siguió mirándote como se mira a los bebés que duermen.

jueves, 7 de enero de 2016

¿Has visto...?

Amor, ¿has visto los colores de este cielo? ¿Cómo los rojos se superponen al azul, los rosas y violetas? ¿Hay flores escarlatas que esplenden en tus ojos?
Mi Amado, inúndame de las luces de esas lunas que te crecen en el pelo, las frondosidades de tu vello diminuto, los latidos pálidos de este amor que se concentra en el dorso de tus manos.
El corazón se preñó de esperma. Se condujo en las tribulaciones más lejanas, y acabó su trayectoria entre tus piernas.
Infarto de semen que reluces en un firmamento líquido, que es agua y aire al mismo tiempo, el agua de tus ingles, el aire que se anuda en las alas del fuego.
Amor de laberintos donde se esconde el deseo, buscas en mis ingles el aullido voraz del viento, de esa tempestad que no amaina y que se oscurece siempre vertida en esa nieve congelada que abre sus compuertas a la luz de enero, a la noche invernal que suspira por verte, en esta oscuridad primera donde mi amor se convierte en estrella.

Te reduces

Amor, te reduces a ser piedra, y en la piedra te irisas con los colores de la muerte, con esa luz que llega en el viaje, con ese ardor que contempla en tu mirada los ojos de un Dios que sueña.
Amor, pasaste y vinieron las heladas, las escarchas enormes y cruentas. Llevabas en los ojos el caudal del frío, y en el frío nacías y velabas el deseo.
Amor, que me duermo entre tus brazos, que sólo respiro por ti, por anegarme en tu blancura, y en el rocío de tu sudor amante veo cómo las jarcias desvanecen todo el mar y quedo sólo con tu ausencia.
Amor, que en ti recoges la soledad funesta de un devenir aciago, deja que contemple tu hermosura en la sangre de los clavos, y en la tormenta malherida de este corazón que se desborda mira la entrega de mi alma que busca tu cuerpo para darle besos de mis labios a tus labios.
Amor que eres pedernal ardiente, caricia de boca, amapola que pierde sus pétalos al desnudarse entera, y que en esa desnudez alumbra los crepúsculos, en esa desnudez y en esa pureza de entregarse toda, en su deslumbrante fulgor y en su penumbra.

miércoles, 6 de enero de 2016

Océanos

Amor de océanos, que en las mariposas te sucedes, que llegas hasta la claridad del mundo amaneciendo estrellas.
Amor que cubres la mirada con la ternura de un Dios acontecido con la hierba crecida y adorada de una sangre que respira.
Mi Amado, ves cómo la noche oculta un enigma que el corazón responde con la palabra luna.
Ves cómo las entrañas siguen amaneciendo entre las ingles proclamando un deseo que es memoria y vida.
Amado, irán las sombras a buscarte, y yo te amaré como a la última de las amapolas que nacen en mi pecho.
Amor, en este itinerario se inventan esas rosas que se dan en los besos como el último pulso de un corazón que desvanece el miedo, las flores negras del miedo que se entregan en los albores del tiempo.

Vienen los Magos

Amor, vienen los Magos. Vienen a adorar con el incienso, vienen a amar a los creyentes en una luz potente y redentora.
Amor, desde la orilla de esta playa que se extiende hasta los mares de la otra parte de la Tierra, te bendigo, y te concibo en este vientre, y en esta noche que se cierne sólo veo las estrellas.
Amor de acantilados, vienen los presagios a buscarte. Es el destino que me lleva junto a ti, a morir entre tus brazos.
Amor de ansias que me amas más allá del cielo, amor que encuentras en mis labios la materia del beso, proclamo tu Nombre en mi costado, proclamo la esencia de tus labios.
Aurora que siempre llegas, que creces como las amapolas en un firmamento que comprende el deseo, que nace del deseo y la palabra, que confunde la oscuridad del tiempo, que en su eternidad es como una llama de hoja perenne, que confluye en el amor que siente.
Amor de profundidades blancas, que naces del alba y en el alba mueres para dejar el paso a la mañana, la mañana oscurecida en tus anocheceres

Texto en prosa sobre los Reyes Magos

Hoy son los Reyes Magos, los Reyes Mágicos de Oriente. Lejos de este consumismo feroz que nos invade, se celebra la epifanía, la revelación que tuvieron unos hombres de que había nacido un niño que tenía en su destino ser el Mesías, en un pesebre, con una mula y un burro, de padres muy pobres. Le llevaron oro, incienso y mirra - dice la tradición - y le adoraron.
Cuando este niño creció, ya hombre, se mezcló con ladrones y prostitutas, y predicó por la salvación del alma. Creyó que con su sacrificio se perdonarían los pecados del mundo.
Como dice Óscar Wilde en su carta a lord Alfred Douglas, ¡qué imaginación tan portentosa! Si alguien hoy en día imaginara algo así acabaría - como poco - en el diván de un psiquiatra, si se le ocurriera hacer pública su creencia.
¿Tiene un lugar el misticismo en la post modernidad? En estos tiempos de prisas y agobios, cuando se va con el reloj pegado a la mente, con múltiples ocupaciones y preocupaciones mentales, con lo material como prioridad, la relación de amor con Dios, con la Naturaleza o con el Amado - que son tres experiencias místicas que hacen que el yo salga de sí mismo y experimente una fusión con un Otro superior y elevado - pueden también tener un lugar. Y en estos casos la poesía no es otra cosa que la expresión de lo inefable, de lo que no tiene nombre y necesita del lenguaje poético para expresarse, en esa noche oscura de San Juan de la Cruz que es repentinamente iluminada por el Amor. Como los Magos fueron iluminados por la estrella que les condujo hasta Belén.
Y el Amor es una fuerza poderosa. Como dijo Jesús de Nazareth, yo no traigo la paz, sino la espada. Quien conciba el Amor de una forma edulcorada, se equivoca mucho. Es la fuerza más potente del mundo: y sólo las evoluciones y revoluciones que se hagan desde el Amor pueden triunfar. No las hechas desde la envidia y el odio, desde la destrucción. Por eso mismo me sumo a los Magos de Oriente, y le dedico mis flores al Niño que nació en Belén, y que creyó que con su sangre podía salvar y purificar todos los pecados del mundo.

martes, 5 de enero de 2016

Me he desatado

Amor, me he desatado. Enfurecí, y en mis albas sólo quedan las auroras que tiñen todo con la sangre. En esas mañanas en que amanece más temprano, en esos ojos que ven resplandecer la madrugada, todo es vino y uva, racimo y perdición.
Amor, en estas tardes oscuras como el fondo de los ríos, en que las piedras se enquistan y atormentan, sé que soy como un fuego que no tiene edad, ni la sustenta.
¿Dónde estás que me encierro en ese agua y detengo su fluir? ¿Dónde termina la frontera de ese mar que se extiende por tus ojos? ¿Por dónde crecen los rosales? ¿Qué duración tiene el frío que perdura entre los huesos?
Amarás a mi mismo corazón. Te amaré sobre todas las cosas, sobre los océanos y los pájaros de todos los océanos que se nos posan en los labios.
Amor que marchitas la costumbre, que enciendes la llama en un ayer que se revela en el mañana, dame tu fiebre ponzoñosa, dame tus pústulas, tus heridas y tus dádivas.

La escarcha

Amor, la escarcha y el rocío cobijarán mis manos, iluminándome de frío.
En este invierno que empieza a acrecentarse hay un sol que se prodiga, que empieza a amanecernos como si nosotros fuéramos las primeras flores que se han perdido desde el inicio de los tiempos.
Amor, en esta tarde que oscurece el ramo de las horas, se despliegan las estrellas. Buscan la luz que engendró la luz, el verbo que fue palabra transgresora y de la nada creó el mismo verbo que impuso su palabra, y el pensamiento fue acto, y el acto fue deseo.
Amor, se quiebran los glaciares. El hielo se incendia con la aurora, prendido de los astros. Deviene espuma, palpitación lunar que grita su sentir en un amago de agua.
Amor, cúbreme de espejos. Que tus ojos puedan ser mis odaliscas, que en tu mirada pueda ver cómo los lagos se extienden ante mí dándome cisnes, y en esa su blancura reflejarme en un cielo más blanco todavía, donde el alba sea principio y fin de los orígenes.

domingo, 3 de enero de 2016

En estas estrellas

Amor, en estas estrellas que vemos tiritar se esconde la pureza. La luz todo lo termina. Y en ese acabamiento, en ese final cristalizado, vemos volar las mariposas, y también florecer las golondrinas. Los pájaros se vuelven flores cuando germinan en el nido y nos llaman con sus plumas.
Mi niño, te di la luna. La envolví en pañales para que no llorara, le di mi pecho para que no sufriera, y la vestí de blanco para que, iluminada, guiase tu camino entre las dunas.
Amor, qué desierto se abre ante mis ojos. Qué desierto me cubre la mirada.
No puedo evitar que las hienas te persigan. Que caminen junto a ti y te pertenezcan.
Amor, más arriba, en las murallas, hay una hierba cristalina. La plantaste para mí, para mis labios, para que la besaran en tu ausencia, para que me llenasen de esperanza.
Ahora que anochece y que la noche se aproxima, que la oscuridad lleva a la tiniebla en su regazo, que todo es negro y que todo se adormece, hay una brizna luminosa dentro de los astros, un reguero que ilumina el corazón de la más estremecedora de las realidades.

Ha amanecido

Amor, ha amanecido enero en una niebla poderosa, con un sol que hiriendo la traspasa y una luna que se esconde de tus ojos.
Amor, ves cómo se prepara la tormenta, cómo la sangre se decide a detenerse, cómo el corazón sufre por las piedras. Esas piedras secas que el agua no tocó, que no se inundaron en el lecho de los ríos. Piedra árida, nacida en el desierto y perdida en el edén.
Amor, en este frío hay un manantial caliente que transcurre entre mis piernas. Te doy este agua que vive su corriente entre los furores de la tierra como si fueran las raíces de esas rosas que vendrán con el diluvio, cuando cante la lluvia y se adormezca, de amor, entre mis labios.
Lloverá el amor desde los cielos. Lloverá y me llenará la barca con sus flores, con sus racimos blancos de ternura, con sus pétalos rosados de alegría.
Y en ese amanecer dulce como el trigo se desatará la sal de las lágrimas, y un rumor de peces brillará en los océanos.
Amor, venceremos a la aurora. Venceremos el tiempo y su crisálida, seremos la serenidad del transcurrir de los caminos que hay en la memoria.

sábado, 2 de enero de 2016

Ven

Ven, Amado, que no te detengan las pisadas de un Dios adormecido, que no te encuentres los embalses dispuestos al azar y embalsamados, fíjate en cómo vuelan esas mariposas que se ocultan del frío y se estremecen.
Deja que te acompañe en el ocaso, que mis besos lleguen al vacío, que la nada se inunde de deseos, que el cielo que llevas en los ojos sea un firmamento iluminado.
Amor, las montañas llevan luto blanco. Adolecen de penuria. La nieve las cubrió como si el semen pudiera estar como la escarcha prendido en las hojas palpitantes que la brisa siembra entre los árboles.
Amor, entre las nubes se entrega un sol atardecido, un sol que se sucede y se desangra, que lleva en su seno el mismo fuego que las ninfas encarnan en mi vientre.
Amor, no me desates. Llévame en tus alas de Pegaso, llévame allí donde el centauro se encontró con sus patas de caballo, con su cola que el viento refrenaba, con el latido de su corazón y sus cascos.

viernes, 1 de enero de 2016

Es suave

Amor, es suave la noche cuando llega sin que el día se guarezca entre tus brazos. El sol sigue por el cielo, donde tus ojos permanecen siendo azules, sigue en su carretera donde el carro se desboca, donde el invierno quiere seguir amaneciendo unos meses más, y en ese amanecer en tu mirada me floreces.
Amor, como un pájaro que se busca con su guía sobrevuelas las honduras, las que están en tierra y se mantienen en las profundidades de sus besos, en las alas de las espinas de las rosas, que sangran en la frente.
Amor, me miras en las nubes. Como ellas dibujo un espejismo. Como ellas lluevo en la distancia. Y te deseo, con el fulgor de las pupilas, con el pan consagrado de mi casa, con la sangre que se convierte en vino y que bebiste cuando en mí te reducías, cuando en mis sábanas vivía la corona de un Dios que se olvidó de sus zapatos.
El fuego es una vivencia. El aire lo acompaña, y el agua lo quiebra.

En esta noche

Amor, en esta noche nace el año. Entre bambúes se filtra el devenir oscuro de los tótems, de ese declinar cuando las sombras se introducen en el día, cuando enero enhebra su dedal y vainica los picos estelares.
Amor, en este cruce de silencios miro cómo los brotes renacidos se me ponen en la piel, cómo la presencia del alma de las rosas me florece, cómo se abren las ventanas de la escarcha entre los dedos que quieren llegar hasta tu cuerpo, y contemplarlo.
Quiero mirarte con mis manos, llegar a las minas más funestas, más profundas y de allí regresar a la quimera y creer que en el amor me correspondes, que eres el único, el más Amado, el mayor de mis sueños, la más grande de mis perfecciones.
Amor, las soledades se derraman en la nieve. Aquí el mar late en su orilla, descansando. Todo se repliega hasta su origen y oigo cómo las cigüeñas quieren regresar al campanario, para adornarlo con plumas, y besarlo.