jueves, 31 de marzo de 2016

He despertado

Amor, he despertado. Me he encontrado con tu anillo. ¿Para qué me diste este oro, esta plata que reluce entre los dedos?
Yo sólo quería tu mar, y tu costumbre. Sólo tu rutina de dormir, de bostezar entre la miel que acompaña el desayuno, de recoger las migas de ese pan que se nos pierden, los trozos de galletas, la mantequilla que hay que lavar con el mantel.
Sólo quería el aceite y tú me diste la aceituna.
En estos olivares la hoja tiene el verde profundo del amor, del amor que florece en el invierno y que florecido llega en primavera.
Así las ingles se me aroman con el fulgor de esos troncos que reciben las aguas de los cielos.
Amor, como un olivo llego hasta tus pies, y me recibes. Mi Amado, te daré rosas silvestres de las que hay cerca de mi casa, rosas de jardines que alguien abandonó a la intemperie, que nacen del corazón de esa tierra humedecida por tu esperma.

Qué lluvia

Amor, qué lluvia me traes que en el cuerpo es llovizna desatada, un diluvio callado y silencioso en que las gotas persiguen un corazón desabrigado, y la sangre que lo incita a renacer entre las brumas.
Amor, la niebla trae agua. O es el agua quién la trae. Así tu semen es espuma, ola de mar y caracola de esos mares, de esas tormentas estelares en que la luz desciende entre los lagos, entre las montañas que se erizan con la nieve de sus cimas.
Mi Amado, amo las tormentas. En su seno hay un despertar entre relámpagos, y los truenos es la voz de esos misterios blancos que brillan en el cielo.
Entre mis muslos está la luz. Allí vive y se demora. Entre tus piernas vive el residirse, el penetrarse, el encenderse de amor entre tus brazos.
Eres la blancura del semen que derramas, el que se posa sobre mi piel y la acaricia, el que se entrega entre las eyaculaciones del alba, cuando la noche perece entre las sábanas, y contradice las mismas estrellas que viven en su cuerpo.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Es de noche

Amor, es de noche y la piel me palpita en las estrellas. Me circunscribe la luz y me acompaña en este transitar de vagabunda, cuando sé que te vas y en mí permanece el almizcle de esta tarde.
Se me eleva el deseo, se me convierte en un deliro. En mis alucinaciones te quedas junto a mí y me das el cielo con tus ojos, me das la lluvia en tu mirada, me entregas tu semen en pequeñas hojas verdecidas.
Te me das. Y yo lo sé. Como sé que es preciso desprenderse. Que es preciso abandonar el lecho alguna vez. Que no se puede ser cuerpo desnudo para siempre.
Pero es este mi deseo. Ser desnuda junto a ti. Ser flor eterna. Luz de quiqué. Llama de vela que no consume su furor. El agua de tu boca y de tu esperma.
Amor, lejos no existe. No importa qué aire respiras, ni qué nieve te rodea. No importan las montañas que cruzan sus caminos. No importa nada más que este deseo que atraviesa todos los rincones del mundo para encontrarte, para traerte junto a mí y besar esos labios que me mienten.

Las ingles

Amor, las ingles se me incendian como si un fósforo me prendiese, como si las antorchas me quemasen entre flores de olores renacidos.
Amor, qué hermoso es el olor del sexo, el que queda en la piel después de amarse, el olor de follar a campo abierto, bajo las estrellas que pintaste en el tejado, y que sobrevuelan este lado de las sábanas.
Es mi aroma de hembra el que se prende de tus ingles. Hay algo animal en el amor. Un celo, un canto que se inicia con el coño, un deseo más allá de la ternura y que la envuelve.
Abrazo tu cuerpo desnudo, mi Amado, y abrazarte es darte libertad, pues te puedes ir en cuanto quieras. No preciso retenerte. Sé que en ti llevas mi piel y mi mirada. Sé que no hay nadie más que entregarte pueda lo que yo, este alma que suspira por la tuya, esta alma que se funde con tu cuerpo, esta carne que pronuncia tu nombre, que anhela tu polla, que es palabra y palabra cruenta, palabra que es sangre, y amante de tu fuente.

martes, 29 de marzo de 2016

Qué desvíos

Amor, qué desvíos nos envuelven. Qué desembocaduras. Qué instancias se abren allá lejos, donde los semáforos se confunden, donde las señales se subvierten, y sólo quedan las palabras. Sólo las palabras que nombran el amor y lo transforman en un destino que se ahoga en su propio corazón.
Amor, la muerte espera. Toca el órgano y la música de Bach se desparrama. Es el silencio de la calma, la paz de las hogueras, el fuego santo que todo lo convierte en la ceniza sagrada del deseo.
Amor, la muerte se dibuja. La muerte es la reina de las togas, la más sabia. La serpiente de las tentaciones, la que llama a los suicidas y que, bajo el puente, traza las líneas de la luna.
Mi Amado, qué oscuridad vendrá para quedarse. Qué labios besarán mi memoria, cuando me haya ido en pos del unicornio, cuando mis huellas se borren del camino y en tus besos quede mi boca para siempre.
Mi Amado, en qué lugares de las flores vendrá otra primavera. En qué silencio de las llamas ocurrirán las hecatombes. En qué agua, y en qué tierra.

Qué ciudad

Amor, qué ciudad me representa. Vino Jerusalén con aquel muro, donde se lamentan de las lágrimas, donde se llora la sangre derramada. Vino en aquellas calles que se estremecían al toque de un tambor que teníamos en el pecho, cuando las manos no llegaban a alcanzar esa inmanencia que salía del corazón y que era carne del Cordero, allí donde cenó por vez primera, con aquellas traiciones, con los gallos, con las cruces levantadas entre olivos y la voz de Dios en la tormenta.
Amor, en las tiendas de recuerdos vendían la memoria. En los bares ofrecían el vino, consagrado una y mil veces en la iglesia de la Anunciación.
Entre sombras y entre flores se nos volcará en las manos. Nos llegará al roce de los labios. Será como un ave que vuela más allá del deseo, allí donde las camas se unen en el albergue de las dádivas.
Se nos dio el amor en la cuna del tiempo. Se nos dio en sus mismas entrañas, en su mismo cielo. En su misma plática, en la palabra que es materia y también sustancia. En el mismo Verbo.

Qué densos

Amor, qué densos son los nidos de la plata. Qué augurios nos esconden. Dónde palpita el corazón, que se oculta a esta recién nacida primavera.
Estos rayos de sol se desvanecen con la caída de la luna. La luna nos desciende, a su paso por el cielo.
Amor, qué ojos blancos nos miran desde arriba. Qué labios no dejan de besar. Qué rotaciones viven en el alba, cuando las rosas se llenan de tu semen.
La amapola más blanca es la ternura. Mis manos son como dos lunares que han crecido, que han sobrepasado las ancianas cimas de la nieve, y se vuelcan en tus dedos. Se apresuran entre las derivaciones de las sendas donde la sangre deja huellas, donde los astros se inmiscuyen en la cotidiana ración del manantial, con el agua de los brocales en que el mar es un reflejo de ese agua que se mantiene con los besos.
Mi Amado, quebrar este silencio, quebrar mis mismas manos que me llevan a buscarte en el fiordo, tras los pasos del hielo, en el géiser, en el iceberg, en el témpano del tiempo.

lunes, 28 de marzo de 2016

Caen los pétalos

Amor, caen los pétalos. Hay una alfombra de flores a tus pies, una alfombra de penumbra.
Las flores negras se anegaron de un color inmarcesible. En tu piel se volvieron escarlatas, con dorados, con azules que descendieron de tus ojos.
Amor, este corazón que te acompaña se llena de hierba submarina, se desvive por tus lágrimas.
En este lugar en que las rosas se deciden a salir, en que dejaron la blancura para teñirse del rojo de los astros, mis pies esperan esa esa luna que sale a medianoche, y que ilumina las huellas de esas flores que cortaste en tu camino, ese estanque que florece cuando el agua recibe el alba entre su barro.
Amor, en este alquitrán que me rodea hay una duna preñada con su arena. Está preñada de tus besos, los que me diste con los labios.
Este manantial de asfalto es como un mar que se ennegrece y que refleja la misma noche que te busca en sus raíles de negrura.

No sé

Amor, no sé dónde están los pájaros. Se fueron y no veo sus contornos, sus andares, las flores en sus picos, las luciérnagas que les acompañaron en su vuelo.
No sé dónde puedo cobijarme. Sin sus nidos, sin sus alas. Dónde puedo guarecerme, si te has ido.
Amor, en esta casa hay unos labios para ti, para tus sueños, los que me contabas al despertar a la mañana, cuando salía el sol entre tus brazos.
Amor, todo es árido sin ti. El verde de los árboles se apaga. El cielo es gris, como la bruma. Los zapatos se me abren, sin tus manos.
La soledad es un preludio del silencio, ése que es hoja derramada, semen intocable.
Amor, encierras en tu nombre la tierra sagrada de los besos, las circunstancias de demora, el luto que abarca la distancia y que nace de la nocturnidad de las aguas, la que porfía en su camino y se desdice de la ablución de la noche, cuando la negrura nos lava intensamente con el caudal del cielo que recibe las profundidades más abrasadoras.

domingo, 27 de marzo de 2016

Floreces

Amor, floreces en mi cuerpo como si sólo existiese una única primavera.
Amor, eres flores en susurros, y en tu hálito llevas el invierno. En este marzo que se acaba me penetra la más pura trayectoria de los astros.
Amor, me antecedes junto al río que desprende el agua como si no pudiese contenerla, y en mis brazos terminasen sus incendios.
En ese sol que acaba de brillar, en este espacio en que lo negro me fulgura, eres mi guardián, el que vigila mi casa y su eterna mansedumbre.
Amor, que te citas y sobrepasas el ruido, que vienes por la senda de las inundaciones calladas de la lluvia, cuando cae el agua por los pilares y se inmiscuye en los cimientos.
Amor, en el silencio te reposas. Eres caudal ardiente de los pájaros. Allí beben de tus dedos, comen de tus uñas y viven en tus ojos.

Qué cualidad

Amor, qué cualidad hay en el aire que respira ahíto en su propio corazón. Qué luna se derrama, qué cielo la contiene.
Cómo vibra el ramo de amapolas que puse ante tus pies para que las regaras con tu semen.
Es sagrado el territorio de los astros, su centinela desnudo, el largo manto que lo cubre hecho de estrellas cosido por la luz.
En mí llamas el amor que me sostiene. Mi niño, di si en las flores puse toda mi dulzura, si en las espigas que me crecen en los pechos la nieve llega a acumularse como una escarcha permanente.
Pétalos de alba entre mis ingles, pétalos que incitan a los besos, resurrecciones de latidos.
Amor, vienes en la oración que me dispone a amar, y eres como esa misma oración que me surge entre los labios, en las manos recogidas, en la piel que me tiembla en tu recuerdo, en ese oasis en que se me convierte la memoria.
Amor, me traduces y hablas mi idioma y con la lluvia me entregas tu deseo.

Miro los barcos

Amor, miro los barcos. Al fondo el mar espera en sus azules, en su calma, espera el crepitar de unas palomas que escarban en la arena un panal que en su miel te resplandece.
Amor eres ensueño, cuando la nieve se aleja del umbral, cuando el alba surge de repente entre cañaverales sedientos de sustancia.
Amor que eres mar, mar que dudas del amor, que dudas entre una costa verdecida y una línea que se ahoga entre las nubes, amor que te reflejas en un mediodía que es cadáver cuando llegan las luciérnagas.
Materia de amor, ingles que se embellecen en la tarde, que me anidan el corazón apresurado, que se escapan del sosiego. Hay paz en esta prisa. Hay premura entre mis pasos.
Vive un lago entre los pétalos que estremecen sus hojas esparcidas en un agua que es brocal de lo invisible.

Me llevas a las rosas

Amor, me llevas a las rosas, me enciendes las quimeras. Contigo el cielo es más allá de tu mirada, es más allá de esas estrellas que me diste con tus besos.
Amor, es la penumbra. Cuando se acerca la noche es allá lejos, donde crecen las madreselvas, donde los jaguares se adormecen mientras comen, mientras devoran esta carne que te ama.
Amor, mi cuerpo es un crepúsculo y entre rojos se te ofrece.
Soy yo misma la ofrenda de la absolución, la que está envuelta en trinares insensatos, la que permanece con los pájaros.
Amor, que en mí olvidas y me rezas, que en mí entiendes porqué las rocas desmenuzan el tiempo, que sabes que en el alba apunta también la muerte que se espera.
La muerte sabe esperar. Se sabe certeza, confidencia de unos labios que palpitan en el negro transitar de sus besos.
Amor, eres un blanco latir en la negrura, un brote tierno de azahar que tiene su destino entre mis piernas.

Hay una ceniza

Hay una ceniza en el amor. Es de plata. Viene de la plata de la sangre, del azogue en que se mira.
Palpita en su corriente, y en las hojas que se llenan de resina hay un cúmulo de grises que llegan a la luna.
Amor, iluminas el cauce blanco de las dádivas, de lo que nos dieron las estrellas, esas luces diminutas que tenemos en las manos, en esas flores que se me orillan siendo flores, y que siendo flores desvanecen el parto de las lágrimas.
Me darás el agua de los lirios, la visión de las crisálidas.
En ti se cumplirá la profecía de los corazones, los que desnudaron el azar y se comieron la costumbre.
En mí será el misterio de lo oculto, el enigma que llevo entre las ingles, la hondura de un brocal que con el agua se inunda entre los árboles.

viernes, 25 de marzo de 2016

En esta noche

Amor, en esta noche que viene, que se cierne en su tristeza, veo cómo la sangre se dilata, cómo el corazón la convierte en agua en las arterias.
Es un agua bendecida por el fragor del deseo. Es un agua que contiene el tiempo de duración del universo.
Agua mantenida en el caudal del cielo. Agua que se vierte en el cuerpo, renacido en esta primavera que convierte las flores en misterio.
Amor, en este mundo hay una eternidad del frío. Es nieve y en ella se trasciende. En este lupanar en que la cama es un lecho de crisálidas soy la puta más puta de los cielos, la que desciende al abismo por tus ojos, las que en tu mirada es hiedra venenosa, la mayor ramera del incendio.
Amor que eres brisa desatada, carne ensangrentada, púrpura nacida de mis ingles, acomete el corazón con una entrega invisible e inmanente.

Este deseo

Amor, este deseo es como un cáliz consagrado, como una hostia bendecida. Es un corazón que cabalga hacia el ocaso.
Amor, en esta memoria que zahiere los recuerdos, en estos años que han pasado verdecidos, te entrego mis arterias, te entrego mi sangre inmaculada, te entrego mis ingles y mis huellas.
Amor, hay en las estrellas un lenguaje que habla con la luz. Es la luminaria de los cielos que me entregas con tus ojos. Es la sementera que acompaña el nacimiento de esta primavera.
Amor, que en la nostalgia te redimes, que cargas con la cruz de este calvario, y yo cargo con tu cruz y con la mía y veo en tu mirada cómo se vierte la sangre que acompaña la luz de tus pupilas.
Amor que eres firmamento, amor que eres el mismo cielo que viene a por nosotros, a que subamos por las estrellas en voz baja, a que aceleremos el paso de ese tiempo que se clava en los ijares de un corazón que es como la riada más grande de los tiempos.

Hay un árbol

Amor, hay un árbol que se eleva en el jardín. Sube y recorre la escalera que le lleva hasta los cielos. En ese agua que lo llena, en su transitar de savia, y verdecido, sus hojas se convierten en las ramas, y las ramas se visten de azul entre las flores.
Si este amor tiene que ser maldito, si este deseo me llevará a morir, sé que en la muerte hay una visión de ese árbol que se levanta hasta los cielos.
En la muerte hay esa visión y el amor no es más que la muerte bendecida, el aquelarre donde se quema la sustancia de las brujas que supieron amar entre los ángeles.
Amor, si soy una de esas brujas, si en mí hay un negro que se oprime en los latidos de los pétalos, en las simas de las conflagraciones, dime si en mi pecho guardo una esmeralda para ti, para que entre las hojas haya un verde más verde que ninguno.
Amor, en ti desnuda, en ti el misterio se antecede, se cumple mi destino, se cumple la profecía de la sangre, se cumple el Cristo, con su cruz y mi blasfemia.

Cantan los pájaros

Amor, cantan los pájaros. Cantan hasta la noche. Cantan la desnudez de la memoria. Cantan el olvido.
Hoy, que estás ahí, que me vives y conciernes, que te conviertes en el mayor de mis pensamientos, en el más grande fluir del corazón, sé que los manantiales permanecen húmedos y que las fuentes que se secaron vuelven a manar entre las lunas.
Amor, que te quedas en esta casa, que te quedas en estos labios que besaron el marzo más furioso, que en el viento te nombró, y al nombrarte me dio el mayor de mis alumbramientos, y parí, parí un deseo en la brutalidad de la sangre, vi cómo la sangre se convertía en la lava más ardiente del volcán más antiguo, y siendo arcaica fui mujer, mujer en mi deseo.
Hay pájaros en este cuerpo que se quedó sin alma. Te la di, y la cambiaste por mi amor. Te di el amor y lo cambiaste por deseo. Te di deseo y lo cambiaste por aquel amor que te entregué.
Y entre las flores que dibujan el amor, mi sangre, el pensamiento de mi sangre es para ti, para que lo peines y lo abraces, para que me beses un día en que la noche se quede sin estrellas.

Qué águila entreví

Amor, qué águila entreví, que me dio sus alas, me alojó en su nido, y desde allí pude contemplar toda la belleza de tus ojos.
Amor, como en la copla me miraste, y me dijiste que me amabas, que mi sangre te fluía por las venas, que en las corrientes encontrabas el agua sagrada del manantial, y en este río me veías, y yo era particularmente hermosa.
Me embebí de tu mirada, que me dio la lumbre para ir a verme en la luz que poseía, hablé con la lluvia, aprendí el idioma de las aguas, y la querencia se desnudó y en ella se quedó la piel.
Amor, que me mostraste lo que yo más iba a amar, que me diste la más bella de todas mis iluminaciones, que me preñaste de blancura como si mi alma pudiese descender por las simas de la espuma.
Amor, me volví llena. Fui el resplandor lunar y su costumbre, un cesto lleno de latidos como fresas que inundaron mi cuerpo, lo enraizaron, y lo cubrieron con las flores del deseo.

jueves, 24 de marzo de 2016

Un saludo

El segundo país del que tengo más visitas en mi blog es soprendente: Israel. Antes no había aparecido en las estadísticas. Estaban Irlanda, Estados Unidos, Portugal, España, México, Polonia, Ucrania, Rusia, Gran Bretaña, Francia, Alemania, casi todos países de habla no hispana. Así que un saludo a mis lectores israelíes y por supuesto a todos en general.

El cielo se me enciende

Amor, el cielo se me enciende. Me llevan los espacios, me lleva esta sangre que me llama, que me nombra, que me dice quién soy y que te amo.
Se me van las aves del invierno. Llega la primavera, el polen de las flores que se vierte contra el lodo, contra el barro que se llena de los pétalos. Y los pétalos que se marchitarán son como esas almas que en su seno se envejecen.
Amor, qué ansias todavía. Qué tiempo nos envuelve en estos años, que parecen transitar como transitan las estrellas, con su mismo viaje y su mismo estuario, en la desembocadura negra del estaño.
Amor, qué cobre concibieron mis entrañas. Qué estallidos de ternura. Qué ingles se me arden cuando el corazón te piensa, y en ese pensamiento se vuelca la palabra.
Amor, qué lejos está el día, en esta noche en la que el sueño se encarna en esta noche, en esta nocturnidad que es en su propia alma la misma respiración del deseo.

Te doy

Amor, te doy todas las flores, las que llevo entre los pechos, las que me dan su mirada tardía en un otoño todavía por venir como si en marzo gravitase mi septiembre.
Amado, florecen las mimosas, y penetran en tu alma. Amarillean las espigas y renacen en la orilla del sosiego. Todo es paz al lado de este cuerpo que se amansa, y la materia responde dónde se oculta su sustancia.
El árbol es verde y amarillo. Su savia también es amarilla. Amarillas mis ingles por el semen. Mi piel también es amarilla cuando el sol se me refleja.
Hay un oro en esa luna que palpita, un oro que fecunda con la plata y se rememora con la piedra.
Es un camino de rosales, cuando la rosa es aún temprana y no se conoce su textura.
Amor, se me ciñen las estrellas. Son un eco del rosario, una voz que entre seísmos poderosos se me llena de deseo como la lluvia de paraguas, como los nidos de las alas que se quebraron cuando volaban a tus labios.
Amor de cristales que olvidan ser espejos, de memoria que lamenta su memoria, entrégame el silencio.

Sé que un día

Amor, sé que un día la noche se expandirá con su negrura, que las estrellas cesarán de mirar desde lo alto, que la luna se olvidará del mar y que el océano dejará de verse desde el cielo.
Lo sé y aún así el brillo de este mar que se adormece con sus brillos, que se respira en el silencio, me es, Amado, como una sangre perfumada entre las flores.
El semáforo detiene el autobús como si la vida pudiera detenerse, como si el río dejase de fluir y pudiésemos desterrar el beso de ese otro mar que nos espera.
Amor, desde las flores miro pasar casas, casas con jardines, y más allá la playa solitaria del invierno.
El corazón es como una arena que se pisa suavemente. Es un alga que bordea el precipicio. Se derrama, abisal, sobre las simas. Sus latidos oscurecen los manantiales eternos.
El deseo es y fue palabra. Se encarnó en las ingles y fue la última agonía y la primera alma.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Cómo amanecen

Amor, cómo amanecen las estrellas. Cómo se esconden, temblorosas, en los bolsillos del alba. Se adormecen con la aurora y sueñan, sueñan con tus ojos.
Amor, hay en el cielo un delirio de dulzura. Desciende poco a poco, despacito, con su caparazón, con sus vestigios dormidos, con ese canto que mece la misma oscuridad que lo alimenta.
Surgen las lágrimas como respiraciones, como huesos que se desintegran como rocas, y en su bramido estelar se convierten en destellos.
Mi Amado, qué colores se disuelven. Qué árboles me nacen. Qué flores se sustentan.
Es un viaje sin tiempo ni materia. Así es el amor, todo lo puede. Así es el corazón que se mantiene en su pureza ancestral y atávica de lluvia contenida en la preñez de unas nubes prístinas.
Lloverá del cielo un amor que florecerá los escombros de mi cuerpo. Disipará las ruinas, las derrotas, se colmará en tus brazos renacidos, se mirará con tu mirada, se besará con tus besos y será el transcurrir de un río en el deseo.

Qué cristalina

Amor, qué cristalina es la noche que me envuelve. Entro en la noche y me acostumbro a su negrura, al palpitar de su latido que era mío, a ese deslizarse entre las sombras en que subyace un atisbo de redención.
Mi niño, ¿ves la madrugada que vendrá? Vendrá entre sueños, entre hogueras, entre luces que se abren en el cielo, entre rosarios de estrellas que transmiten el olor que nos alumbra.
En su lumbre se escapan los misterios, sus dolores, las lágrimas que vierte, recién paridas y anheladas.
Amor, qué cruza el semblante de tus ojos. Qué astros aniquila tu mirada. Qué silencio me responde.
Mi Amado, atraviesas la oscuridad, te permaneces y la blancura me rodea. En este fulgor blanco en la penumbra me nombro y necesito de tu esperma, necesito tu palabra, necesito tus labios rodeando los resplandores del crepúsculo, necesito del incesto, de la pupila adúltera y mezquina, necesito la pureza del arrepentimiento.

martes, 22 de marzo de 2016

Qué línea

Amor, qué línea separa el cielo de tus ojos. Cómo se olvida enormemente que las flores no son la primavera, que el sol no es el mediodía y que la noche no son los astros que fulguran reflejándose en el océano.
Amor, todo un mar en tu mirada. Las olas suben y descienden. La espuma las cubre de blancura.
En ti, ese mar llega a oscurecerse. Tiene sombras de tristeza. Tiene bruma. Y hospitalario como es se desvanece entre los párpados como el ámbar.
La vela ya se ha consumido y el fuego sigue ardiendo. El amor a sí mismo se alimenta, y quiere llegarte y decidirte, besarte la piel en las escaramuzas de esos labios que en su búsqueda te encuentran dulcemente.
En una nieve que cae y que se posa en el silencio hay una luz maravillada: nace el deseo como esa misma nieve, como esos copos blancos, y cubre los abismos de ese blanco, y cubre las simas dolorosas, cubre las mismas lágrimas y los mismos negros del sufrimiento.

Cómo anochece

Amor, cómo anochece. Es como si los ojos se cerrasen, como si las pupilas enceguecieran, como si la mirada no pudiese llegar más allá de las estrellas.
Ese cielo más lejano se envuelve entre pañales. Se cierra y se nos cubre de crisálidas, de tormentas, de nubes grises que perseveran en ser grises, en querer ese gris que las sustenta.
Permanece embriagado con la corriente marina de los peces. Permanece en silencio, callada la voz de las sirenas que una vez cantaron y murieron por amor, como los árboles.
Hay un cielo que se abre. Se alimenta del corazón de las doncellas, las que quieren encontrar el sol más mágico que las libere de su sangre.
Amor, hay un ligamento que se rompe, un músculo que desfallece cuando la penumbra se asienta entre nosotros y nos besa con sus labios de noche envejecida.
Amor, no te separes. Ríe con esa luz que se queda en esos focos, en ese neón de la ciudad, en esos faros que conducen la transmigración en la distancia.

Quiero acunarte

Amor, quiero acunarte, mecer tu cuerpo entre mis brazos. Quiero tus lágrimas para que veas cómo el iris se diluye en la blancura.
En mis ojos se disuelve el sufrimiento. Se disuelve como el cobre al entrar en la fragua, ese metal hirviendo, esa rosa clandestina con sus pétalos de fuego, ese mirar que arde en los anocheceres insensatos, cuando el amor viene y se acerca de rodillas, como queriendo entrar, sin atreverse, llamando queda, suavemente, y llega en la mirada, en las pupilas que te lloran.
Deseo más tu llanto que tu semen. Tu esperma me viste. Tus sollozos me desnudan. Quedo abierta por tus lágrimas. Conjuran el miedo. Lo abandonan.
Así niño, vulnerable, más Amado todavía.
Mi sangre, mi leche, mi agua son para ti, para que construyas una casa, para que eleves una oración al firmamento, para que mi pureza sea tu pureza, para que el camino sea más blanco que mi alma, y tu alma se llene de dulzura.

lunes, 21 de marzo de 2016

En que deseo

Amor, en que deseo crecí para alumbrarte, para que fueras de mí y poseerte, tener tu alma en mi misma alma, tu cuerpo alzándose en el tiempo, dejando la materia y la sustancia de esa misma materia entre tus brazos.
Amor, si tú eres mío tuya soy para tus labios, tuya soy para tus besos, tuya mi alma verdadera, mi blancura que respira la tuya mientras tanto, que desea tu perversión más adorada, más alba y tu mentira, para que me mientas sólo a mí, para que traiciones este pulso de amor, entre tus manos.
Mi edad la di y te entregué todos aquellos recuerdos, todas aquellas brisas que anteceden, que abril traerá con la premura en que la primavera se convierte, en estas lides que se atormentan sin cesar en los corazones que acompañan la caída de la nada.
Amado, que encrespas los blasones, que desciendes de un cielo que se lava cuando llueve, y allí está el estanque donde el ángel se pasea con su barca en un agua inmóvil, un cielo gris que se azulea cuando tú me miras a los ojos.

Marzo amanece

Amor, marzo amanece mientras tanto, y poco a poco va atardeciendo. Despacito se viste de negrura, y ese cielo que estalló en malvas, en rojos y dorados se desnuda con su luna.
Amor, hay un oasis allá arriba. Un oasis rodeado de tinieblas, como si los ángeles se comieran el desierto, y en esa arena nos lloviese y fuera el barro de los ciegos.
¿Ves esta espesura? ¿Sientes el peso de los árboles en la frente? ¿Notas cómo el agua se diluvia, cómo se acontece? Y tu esperma, ¿cómo vibra en este ciclo en que somos tierra?
Amado, pronto vendrá la noche. La noche siempre vuelve. Es como una amante que se exilia, que anda entre telares, que acuna el viento. La noche es noche solamente.
Y entre tú y yo se abre la distancia como una serpiente sin veneno. Es una serpiente que sabe del temblor, que conoce esta inmanencia de un amor que puede levantarse, decirse y nombrarse en esta carne, en este cuerpo hecho de lluvia, en esta sangre que se agrieta por la venas, en este corazón que te divaga, que desea nada menos que tenerte y besar el mismo deseo que lo alienta.

Zozobra el viento

Amor, zozobra el viento y se detiene. El cielo se queda azul, como tus ojos. Tus labios son el crepúsculo de esos dioses que no quieren despertar. Tu boca es un racimo que en septiembre se derrama y encuentra su fulgor entre la hierba.
Amor, la sangre se me agolpa en sus latidos. Mis sueños son rojos como ese vino que nace de la vid y pasa por la uva. Me lo bebo a sorbos como si en el líquido te besara, como si mis labios pudieran beber el contemplarte.
Mi esencia de luz se te atesora como una montaña gigantesca, con una nieve sólo hollada por las águilas y sus nidos, nidos hechos de piedras angulosas, de piedras redondeadas y luminarias portentosas.
Amor en este suelo crecen flores para ti, para tu hiedra, para tu mar en ese oleaje que devora la sal de aquellas lágrimas que fue la luz de tu mirada.

domingo, 20 de marzo de 2016

Se abre la montaña

Amor, se abre la montaña. Se abren sus caderas. Se envuelve en la sombra de su dios, en el sueño turbador de sus nenúfares.
Me pongo la armadura. Soy la Dama, la que corre entre centellas, la que mira en el lugar donde ha ocurrido, donde ha sido el corazón más corazón que la corriente, la que corre río arriba, la que es sangre de noche deslizada hacia tu cuerpo.
Amor, qué rocío me ha llevado hasta el deseo, hasta ser la misma nada que transporta el firmamento, y verme en ti, en tu penumbra, en la niebla que devoras, y ser esa niebla blanqueada por la escarcha.
Mi Amado, llegas hasta oriente y sales, nacido entre mis muslos, nacido entre mis piernas, y de mis ingles absorbes la humedad. Te sitúas en las antípodas del tiempo siendo tiempo como yo, siendo el oro de las horas, el platino, la erección de un sol convaleciente que se irá a soñar con las luciérnagas.

En este cielo que oscurece

Amor, en este cielo que oscurece, en esta latitud y a esta hora, hay un pájaro que vuela hacia su nido, con un fragmento de ala en sus membranas.
Amor, el pájaro vuela alto para no chocar contra los árboles. Y desciende amurallando su misma sangre que se enciende cuando baja.
Amor, este pájaro es como un silencio que aletea, un silencio que vigila, un silencio que nos cubre de oscuridad, y en sus tinieblas guarda un espejismo de dulzura.
Es un renacer, un inmiscuirse, un llegar a acariciarse, a beberse la hierba redentora, y sustraer todas las hojas de los árboles. Husmearlas, olerlas en tu cuerpo, en tus ingles devoradas.
En estos labios que acallan esos trinos que escuché, hay una premura que se vuelve más silencio. Y el silencio es como un bosque prendido de lo oscuro.
Mi Amado, en este invierno que se olvida que existió nació un invierno verdadero, que creció en oscuridad al mediodía, que estalló en miles de fragmentos y que murió cuando besó la primavera.

Qué distancias poseí

Amor, qué distancias poseí. Qué horas me dieron entre instantes, entre lo ocurrido en los instantes como lunas que bajaran a tus pies, como estrellas que vinieron en pos de todas esas dunas decrecidas en la arena.
En este tiempo en que lo horrible se atesora entre las tumbas, en que los cuerpos huelen al orín y al excremento, hay un deseo infinito de ser amor entre tus brazos.
Hoy llegó la primavera. Hoy amaneció el sol entre tus labios y en tu lengua se quedó la estrella submarina, la que subyace dentro del mar y lo enamora.
Amor que eres sustancia verdadera, esencia de un alma que se embarca en su pureza, amor que vienes y desvaneces en los cristales la opacidad del humo, amor que eres solitario como un cisne que quedara como único habitante de su lago.
Amor, tú, mensaje del cielo. Ángel exterminador de la materia.

Qué milagro

Amor, qué milagro se me cumple. Qué limpio me apareces, con qué premura. Qué alba te encuentra entre mis brazos.
Cómo el acento te dibuja, con el verbo ante los pies, y te beso las rodillas.
Sólo quiero estar frente a tus labios, que me beses. Que tu beso sea el máximo prodigio, todo el fluir de mi existencia.
Sólo tu amor, sólo tu corazón enardecido, sólo en mis palabras eres como un dios que se exalta con el idioma del océano.
Hay un canto en la penumbra que te crea. Por las noches un sol se oculta a la mirada de los astros. Un sol que se ilumina entre los pétalos nocturnos. Un agua que transita entre las flores más pequeñas.
Rezo por tu alma, por la mía, en una unión de ensoñaciones, en un río que fecunda el viaje umbrío de las amapolas.
Amor, qué raíces tiene el mar que no se aparta de su seno. Cómo arraigo en tu semen, y cómo tu semen dice mi nombre.

Qué silencio

Amor, qué silencio recogí de entre tus manos, preñado de pureza. Qué desnudo estabas al abrirte, al darme entre las lilas ese olor que te nace de la piel y que delata el fluido de la sangre.
Amor, con este cuerpo que respira aquellas flores que crecían en tu carne te abrazo y te bendigo, te alojo entre mis pechos y te guarezco entre mis ingles.
Amor, qué leopardos tardíos te acecharon. Qué muestras de caudal con los afluentes. Qué terminaciones las del mundo, que corre invicto tras tu ausencia.
Amor colmado, que te me abrazas, amor sediento que te dedicas a beber de mis estanques, luna caída al trinar del pájaro, luna que vuelves al cielo oscuro que te da tu nombre.
En el espejismo, mi Amado, hay un desierto. Su arena es procelosa. Sus oasis, infinitos.
El desierto se agolpa tras tu puerta. Llamas y de pronto el siroco permanece en esa lluvia que surge de las profundidades de lo oscuro.

Hay un frío

Amor, hay un frío que penetra sobre el fuego, una heladura que se queda con la llama, una iluminación de las antorchas por el hielo.
Amor, que te complaces en mirar lo que hay más allá de esa línea que flota en los instantes, en esa sangre que nombra lo imposible, roja al tacto, que cae entre las venas florecidas, en el arrabal del cuerpo, de este cuerpo que a sí mismo se revela en el misterio de los árboles.
En ti crezco. En ti me disminuyo. En ti soy un solo átomo del amor, una sola partícula imaginaria del que es entre la escarcha.
Amor, la primavera viene helada. Parece que la frialdad es su destino. Parece que se amuebla entre temblores, que la piel se alza en un deseo de tenerte, de blandirte en sus espejos.
Amor, ¿a dónde irán las flores con el viento? ¿Dónde refugiarán sus noches con esta nieve preñada de blancura? ¿Dónde amanecerán con sus colores? Y adónde iré yo, con este amor que me anochece.

sábado, 19 de marzo de 2016

Está nublado

Amor, está nublado. Los paraguas se abren hasta el cielo. Se abren como flores, y en los lugares cae la lluvia como un magma de mies reblandecida.
Amor, un día lloverá la muerte. Un día los paisajes se cubrirán como ese agua estremecida, ese agua que va de tu mirada al firmamento.
Amor, en ti hay pájaros. En ti comen los cuervos. En ti las águilas se echan a volar como luceros.
Amor, construyes la penumbra. La oscuridad es como un crepúsculo que permanece en su fracaso.
La negrura es un envite de las sombras, una postal de esgrima. Las espadas van hacia lo alto y después se envainan, como los cubiertos de la mesa, y se lava la sangre del alba en ese cielo que se queda oscuro.
Mi Amado, cómo cesan las noches en voz baja, cómo descienden esas brumas que descienden detrás de los cristales, cómo se ocultan en el corazón, y entre las lágrimas se viven los abismos como simas de un pasado que se redimió en este amor que arraiga en su propio río.

Hay un desconsuelo

Amor, hay un desconsuelo que crece al borde de las rosas. Se lleva sus espinas. Se las lleva para sembrarlas en secano, para que salgan todavía más sangrientas en ese rojo aniquilarse entre deseos.
Dime si en tus labios se enamoran esos días que vienen a buscarte, dime si la aurora ha florecido entre tus ingles, si el cierzo amargo te ha azotado la piel y la costumbre de la piel de acariciarte, de besar profundamente tu cuerpo y las huellas de tu cuerpo, de amarte plenamente.
Hay un terreno que se ignora, siempre hacia delante. Es el camino de la vuelta, el que nos lleva a regresar a aquello que hemos sido, con la pena cumplida, con el rosario entre las manos, para ser otra vez distintos y pequeños, para ser aquellos niños que reían con la sombra, cuando la muerte no era más que un adivino que ignorábamos, y la vida un carrusel de los terrores en que la angustia despertaba con el alba.
Ahora el amor se extiende a cada paso, y cada huella es un pedacito de ese cielo que me diste con tus ojos, cada cielo es un ojo de los tuyos que se cierne sobre las lágrimas del Señor.

viernes, 18 de marzo de 2016

Hay un cangrejo

Amor, hay un cangrejo en la playa que me mira. Se va atrás y hacia delante. Me recuerda la danza de los muertos, cómo bailan en sus tumbas, cómo los gusanos los corrompen, cómo se deshilachan sus vestidos, cómo se hinchan y se pudren.
La destrucción también puede ser hermosa.
El alma se encarnó en la palabra. El verbo nombró y en su cercanía surgió el cuerpo, el amor del cuerpo por la sangre, la sangre que expandía y celebraba la enormidad de la semilla.
Amor, que ocupas el espacio de mi cuerpo, que en mí regresas y te extiendes, me dirás si el tiempo en que los pájaros vuelven a trinar llegará pronto, si esas aves llevan en sí los ojos de un Dios que nos respira, si en el sudor de los ángeles hay un ángulo que terminará siendo la lluvia.
Los dioses se ocultaron y su memoria nos olvida. Nos salvan los estertores de las rosas, las migajas que desde el cielo caen al desierto. Un desierto que no recuerda que hubo un día en que llovió el pan de la costumbre, el deseo que se hizo flor en un oasis de tentaciones y becerros.


Que llevas

Amor, que llevas mi nombre, mi nombre señalado, mi nombre en tu latido, mi nombre innominado. Anónima, me prenderé en tus ingles y amaré la cizaña, el ciempiés y la guadaña. Los amaré porque la muerte vive en el amor, vive en tu corazón y te descubre, me descubre a mí también, desnuda.
Entre abalorios de café estallan las sombras. Son pedigüeñas y ancestrales. Son atávicas, como el humo. Se incineran en la aurora, como un fuego que sólo se cesara de su arder en la penumbra.
Amor, llévame de tu mano. Llévame a tus labios. Llévame a tus ojos de naufragio.
Amor, calienta mis afluentes de plata y malaquita, mis vísceras perfumadas, mis aromas de salitre.
Mi Amado, sé mi fortaleza, la que me cubre la piel de cobre, la que le da metal a mis pestañas, la que cubre mis párpados de amnesia, la que sólo te recuerda entre jirones azules de unas velas que sólo queman los jueves santos.
Mi hombre, caballos me esperan a lo lejos. Soy la Novia sin el Novio, soy la solterona, la que viste estatuas, la que reza en los sagrarios, la que ruega por tu semen.

Qué penumbra

Amor, qué penumbra crece dentro de las dalias que germinan permaneciendo oscuras. Qué niebla llevo dentro de las ingles, fecunda en llanto, y arrastrada.
La niebla se arrastra, y al levantarse su bruma me abandona.
Amor, tus ojos se mantienen alumbrando la calidez de mi sangre. Tus ojos son deudores de mi cuerpo. Y mi deuda se te queda entre los labios.
Soy en cuanto a ti, en cuanto al invierno, y en cuanto a los jazmines que vendrán, que acostumbran a vivir el corazón como un afluente.
Hay un roce infinito en el agua, en la piedra que la late. Sus pálpitos me devuelven la espesura. Y en ese bosque, en ese bosque umbrío en que sólo la savia se florece, se resguardan las voces de los pájaros en un coro sediento de esmeraldas.
Amor, que en mí eres, dime si la estrella que puse entre tus pies te pertenece. Dime si su sombra es como una cruz donde viven las luciérnagas.